Democracia es una palabra castellana derivada del término griego “Demos”, que significa “Pueblo”. De ahí podemos concluir que se llama Democracia a un sistema político en el cual el poder reside en el pueblo, que es el propietario de la soberanía, es decir, de la capacidad de mando. Pero como el pueblo en plenitud requiere ser gobernado por una persona o un pequeño cuerpo colegiado, nombra para ello a sus mandatarios, para que lo representen en el gobierno, actúen en su nombre y laboren en su beneficio. A su vez nombra “diputados” o asambleístas, es decir, representantes suyos, para que dicten leyes que beneficien a la sociedad en su conjunto y orienten (ellas, las leyes) la acción gubernamental. Este es el ABC de la democracia representativa, un sistema que el presidente estadounidense Abraham Lincoln definiera como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Por desgracia, la “democracia representativa” se ha erosionado progresivamente, bajo el influjo de eso que los mismos griegos definieron como “oligarquía”: un gobierno de pocos, en el que los poderosos se aúnan para que todos los asuntos dependan de su arbitrio”. A consecuencia de ello, los tales “representantes del pueblo” han terminado por convertirse, casi en todas partes, en representantes de grupos de poder oligárquico, o de grupos de presión, tales como los transportistas asociados, ciertos funcionarios agremiados o sectores tecno-profesionales. Ahí radica la causa más visible, pero no única, de esa erosión que ha carcomido por dentro a la democracia representativa y la ha dejado reducida a un cascarón que anida inconfesables apetitos.
Como si esto fuera poco, los estados nacionales han sido subyugados de modo creciente por grandes poderes internacionales, de tipo financiero, que se han convertido en suprapoderes antidemocráticos, que responden a los intereses de una reducida casta de banqueros y no a la voluntad de los pueblos. ¿Qué importa que los griegos o los españoles elijan a su gobierno, si quien decide finalmente su salario, su jubilación y su destino es la gran oligarquía financiera internacional, nucleada en el FMI, la Comisión Europea y otros círculos similares?
Ahí radica la creciente resistencia de los pueblos, “indignados” frente a los desmanes de ese gobierno bancario mundial, al que nadie ha electo jamás, pero que gobierna de hecho, con la complicidad de gobiernos sumisos o cómplices. Por ello, para muchos, la palabra “banquero” se ha convertido en sinónimo de “bandido”.