A muchos nos es ajeno el milagro de ser pájaro. En cambio, a otros les es dado el don de vivir en forma de música y producir vibraciones sonoras armónicas, capaces de crear la sensación más parecida a la utopía de la felicidad. Los Mera Martínez son cuatro milagros, por lo tanto, cuatro vibraciones capaces de hacer una sola voz, formando uno de aquellos cuartetos magníficos, parte de los registros de la historia musical de esta parte del mundo.
Ese milagro en vuelo se despliega cada vez y cuando en Portoviejo, Manabí, donde por razones históricas se ha cultivado el arte sonoro de manera espontánea. Las cuatro voces viven en cuatro cuerpos: Elizabeth, Jorge, Daniel e Igor, en quien se refleja el legado del gran maestro Constantino Mendoza Moreira, pájaro que entregó su alma al piano para crear el pasillo alegre manabita.
Los Hermanos Mera recibieron hace poco un reconocimiento del Municipio de Portoviejo. No fue un homenaje a ellos, sino a su armonía perfecta. Al final de cuentas son la síntesis de un gran recorrido que se inició en estas tierras, cuando los lugareños aprendieron a cantar y tocar el órgano barroco y después, desafiando el orden colonial, caminaban muchas leguas solo por oír tocar una guitarra.
Tiempos después, proliferaron las bandas musicales con instrumentos de viento. De viento fueron también los efectos sonoros producidos por las ocarinas de los pueblos prehispánicos que envolvían los rituales sagrados; de viento los instrumentos occidentales que acompañaban la fiesta de San Pedro y San Pablo, y los que predominaron después, en las orquestas modernas que entonaban el jazz, surgidas en Manabí en la primera mitad del siglo XX. Cuando la ciudad se batía en el olvido como consecuencia de las políticas neoliberales, extrañamente florecieron dos fenómenos locales: la Big Band del colegio Santo Tomás, que formó a decenas de saxofonistas integrantes de una orquesta juvenil; y las bandas rockeras, que posicionaron la fantasía de Portoviejo Rock City.
Cada sociedad histórica produce singularidades culturales distinguibles por sus formas, contenidos y prácticas, y desarrolla aspectos sensoriales propios y sui géneris. Se dice que los japoneses apreciaban más la belleza por medio del tacto, y que, en cambio, los helenos potenciaron los sentidos del oído y la vista para gozar de sus creaciones artísticas. En Manabí, se privilegia el paladar y el oído, pero ninguno de esos sentidos se activa sin la envoltura circular de la fiesta.
Salud, Hermanos Mera, por ustedes y la música nuestra. (O)