.“serán talvez los potros de bárbaros Atilas”
o los heraldos negros que nos manda la muerte…”.
Estos versos del altísimo poeta peruano César Vallejo, bien pueden aplicarse a la presencia de los Heraldos del Evangelio en el Ecuador, porque ellos no son nuncios de la palabra de Jesús sino de una jerarquía católica que, en el caso del Ecuador, responden al oscurantismo del Opus Dei, del que forma parte, convicto y confeso, el arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui, tan querido por la oligarquía del puerto y tan alejado de los pobres y los menesterosos que abundan en la llamada capital económica del Ecuador.
El Opus Dei es temido y repudiado por los verdaderos cristianos, que lo denominan la Mafia Sagrada por su poder y sus siniestras maquinaciones para apoderarse de los gobiernos y del alma de los pueblos. Su fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, que fue en años recientes santificado por el Vaticano, fue fiel servidor de la dictadura fascista del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, que tiranizó a España por cuatro años y la hizo retroceder a la Edad Media, primero con el apoyo de Hitler y Mussolini, luego con la protección y complicidad de los Estados Unidos.
Cabalmente fue el poder de esta secta lo que determinó que la cúpula eclesiástica alejara de la Diócesis de Sucumbíos al obispo Gonzalo López Marañón, con el pretexto de su avanzada edad (75 años), que nunca es obstáculo para que los obispos serviles de los oligarcas, como fuera Bernardino Echeverría, cumplan con sus designios contra las masas de creyentes y la cultura liberadora. Separado este obispo de sus funciones, en cuyo desempeño se ganó por largos años el cariño de los feligreses en la compleja provincia de Sucumbíos, limítrofe con la Colombia del narcotráfico, la guerra y el intervencionismo yanqui, se volvió por el camino de la Iglesia garciana.
Sustituido López Marañón por la secta denominada Los Heraldos del Evangelio, estos intentaron implantar sus métodos de meros rituales, alejados de la opción por los pobres, que distinguió la acción de aquel obispo. La presencia de esta secta convulsionó dicha provincia amazónica y en especial a su capital, Lago Agrio (Nueva Loja), a tal punto que los jerarcas tuvieron que revocar su disposición y reemplazarla por el Secretario de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, que preside Arregui.
En estos episodios hay que ver lo que se oculta tras la aparente designación eclesiástica. Es la porfía de las cúpulas por reconquistar su poder disminuido desde el triunfo de la Revolución Alfarista que impuso la separación de la Iglesia y del Estado, implantó el laicismo en la educación, estableció el derecho al divorcio y confiscó determinadas haciendas de las congregaciones religiosas. En esta misma línea se ubica la injerencia de la Conferencia Episcopal en el actual debate político nacional, tratando de arrastrar a la masa católica a decir No en la consulta del próximo 7 de mayo, conforme preconiza la derecha.