Los guaguas de la calle. Duele ver como se ha incrementado la cantidad de niñas y niños que trabajan junto a sus padres en unos casos y en otros sueltos como que fueran grandes, deambulando por las calles y grandes avenidas de la urbe frente a la indolencia y el quemeimportismo de quienes deben poner los ojos de la administración pública en esos rostros sociales, en vez de estar haciendo obra pública, pues bien se dice que esta obra, con las excepciones que debe haber es fuente de la corrupción.
Esa imagen de un niño buscando en un basurero botellas plásticas mientras cargaba en sus hombros a otro niño, que entendemos era su hermano menor, es la que nos ha llevado a escribir sobre los “Los guaguas de la calle” así como en otro momento de nuestra existencia hablamos de “Las señoras de la calle”, en plena alusión a las mujeres que venden sus cuerpos, que son humilladas y perseguidas por la política pública del gobernante que quiere esconder esos rostros de una sociedad pauperizada como la nuestra. Ellos “Los sintecho”.
Y es que a la par de esos niños que escarban en los basureros con el riesgo de ser agredidos porque ensucian las aceras, rompen las fundas, afean la imagen de la urbe, están los otros guaguas acompañando a sus padres en la venta de fundas plásticas, limones, incienso y todo lo que se pueda mercadear. Y claro también están aquellos guaguas alquilados o propios, al servicio de la mendicidad.
Los guaguas de la calle, son la expresión de ese rostro maltratado por el hambre y la injusticia social, por la ausencia de una política pública capaz de dar respuesta a esa cruenta realidad que no es de hoy sino desde siempre, y a la se recurre solo en tiempo de campaña.
Los niños de la patria, no deben trabajar, no deben mendigar, deben estudiar, deben jugar, no pueden estar expuestos a la buena de Dios, claro de ese Dios al que se le encarga la solución de todos los problemas sociales por parte del burgomaestre, sin darse cuenta que el omnipresente no se puede alcanzar pues tiene muchos encargos humanos.