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El Telégrafo

Los falsos valores

10 de septiembre de 2011

Repito la frase de un sabio por su significación: “La gloria de los grandes hombres debe medirse por los medios que han empleado para adquirirla”. Se puede llegar a un sitio de relevancia, mediante la honradez, el sacrificio, el trabajo y la vocación de servicio, y también con el poder del dinero, el adulo, el soborno y la intriga. No es fácil, para los primeros, alcanzar una función destacada en la administración pública o privada; a diferencia de los otros, el camino se abre con dirección a la fama, cotizada y efímera.

En la historia vislumbran  ejemplos de hombres y mujeres que lograron la gloria, en la lucha por la libertad, su aporte a la ciencia, al arte, la educación y otras manifestaciones de la cultura. También constan listas de sátrapas que ofendieron a la humanidad con su neurosis conductual. En nuestro medio se venera la grandeza de ilustres personajes que legaron  obras para la posteridad, con la erección de monumentos, nombres de avenidas, calles, aeropuertos, puentes, instituciones educativas y culturales. En la historia, que nada se oculta, destellan Rumiñahui, Eloy Alfaro, Juan Montalvo, Eugenio Espejo, Manuela Cañizares, Simón Bolívar, Sucre, Vicente Rocafuerte, Rita Lecumberri, Camilo Destruge, Dolores Sucre, entre otros, como ejemplo de su entrega solidaria por las causas nobles, desde diferentes ángulos de las actividades del ser humano. Encendieron sus luces para no equivocarnos del camino que nos llevaría muy lejos.

Hoy vivimos otros tiempos. Se han perdido los valores. Sobresalen el interés individual y la vanidad. Afirma Ruffier de Aimes: “No hay personas tan vacías como las que están llenas de sí”. En nuestro ámbito, instituciones educativas, calles y edificios públicos lucen  nombres  de personas  con los únicos atributos de haber ejercido cargos públicos de aparente relevancia o ser  propietario de prósperos negocios. Es la manera de honrar la memoria al poder económico  y a la vanidad, mientras  hay  maestros, deportistas, médicos e intelectuales, de los grandes que enaltecieron su apostolado y que merecían   un emblema que los perennice y poder recordar  que, para el hombre o mujer decidido, no hay barrera que frene su anhelo de triunfo.

Es tiempo de promover la revolución  cultural para terminar con la era de la veneración de los falsos valores. El sentido común nos induce a obrar con el amparo de la justicia. Es inaplazable concederle un espacio público de reconocimiento a los ilustres personajes que nos enseñaron a transitar y convencernos de  que “el éxito es un camino, no un destino”.

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