Ayer concluyó una nueva fecha de la eliminatoria para el Mundial de fútbol de Brasil 2014. Y tras esos encuentros los jugadores vuelven a subir a los aviones, a afrontar nuevos cotejos y muchas más presiones para aquellos que perdieron puntos o no jugaron bien. Esa presión, que no solo es de la hinchada sino de las dirigencias deportivas, de las marcas, de las corporaciones y de los grandes medios, los convierten ahora en los “esclavos” de este siglo.
Los futbolistas viven en la burbuja y en la ilusión más perversa: todos pueden ser “Pelé”, Maradona o Messi. Y como esa posibilidad existe solo para uno cada diez años, todos hacen lo imposible para ello: juegan diez partidos al mes con el mismo sueldo que les pagaban antes por solo uno por semana.
Solamente las grandes estrellas reciben un poco más porque en cada cotejo exhiben publicidad y generan atención comercial. Y sin embargo está latente la promesa de que un muchacho pobre de cualquier barriada llegue un día a ser millonario.
La compulsión mediática y comercial obliga a todos los futbolistas a vivir en la tensión de jugar partidos en los que se enfrentan a muchos riesgos, viajar millas y millas sin casi dormir bien, alimentarse rigurosamente y tener un mundo de fantasías que incluye dinero, sexo, diversión y placer efímero hasta que sean rentables para los empresarios del fútbol.
Porque la cadena (comercial) que ellos supuestamente generan no es para su provecho sino para el mercado: uniformes, gorras, camisetas, bolsos, spots, comerciales, auspicios y todo un conjunto de mercadeo sofisticado y caro son, al parecer, un estímulo para el consumo, donde los que más ganan son los que nunca juegan. Y para más: como el anhelo de llegar a ser el más grande cala en los más pobres, son ellos los que se endeudan en camisetas e implementos deportivos caros para alcanzar su sueño.
¿Acaso el recientemente defenestrado Silvio Berlusconi no fue parte de ese perverso negocio y uno de sus equipos le sirve de base para toda su fortuna en otra cadena de inversiones?
La euforia de los éxitos futbolísticos no nos puede alejar de lo que de fondo sirve para otros propósitos, y que muchos periodistas y hasta políticos nos quieren vender como sana distracción y entretenimiento.
Solo siendo críticos con lo que nos ponen ante los ojos como fabuloso podemos desmontar la matriz económica y cultura que oculta toda supuesta grandeza, por más alejada que parezca de política verdadera. Mucho más cuando están en juego las vidas de miles de jugadores, que luego son botados como desecho cuando ya no hacen goles.