En este mismo instante, justo cuando se produjo el último ¡clic!, un coro de ‘descartables’ dialoga con la muerte frente a una valla de cuchillos y miles de niños duermen en las carpas, mirando un cielo de polietileno. El morbo del mundo observa la foto del horror, convertida en una imagen más, reflejada en el teléfono portátil, mientras otros avanzan a pie por las autopistas y caminos, o van sobre el mar, envasados en botes de plástico, haciendo hiperreal la escena del infierno de Dante Alighieri. Así van, agarrados con el halo de vida, movidos por el deseo de alcanzar tierra y franquear las fronteras, buscando ingresar a aquellos centros europeos, posicionados en el imaginario como el reino de los cielos, el lugar del ensueño, donde es posible el trabajo, la construcción de un patrimonio, el disfrute urbano y maniobrar la puerta del futuro.
Es difícil dudar que algunos están buscando deliberadamente la eliminación de muchos, porque los consideran plástico inútil, una vez que lograron sacar de sus bolsillos, por medio de corporaciones de tráfico humano, los últimos centavos, que seguro depositarán en uno de los bancos importantes de los centros especulativos. No los quieren, son demasiados, provienen de una cultura de ‘inferiores’ y diferentes, son analfabetos funcionales, fuerza de trabajo incapacitada. Para ellos, el aparato productivo solo necesita la proporción exacta de fuerza de trabajo barata, para mantener las industrias exitosas, aquellas que generan dinero para incrementar su capital, mientras se concreta definitivamente el proyecto de reproducción de la riqueza dineraria, sin la participación del ‘costoso’ trabajo humano. Todos los que no son útiles para el propósito deben ser desechados, enviados a alguna esquina indeseable del planeta, cuando no desaparecidos.
Para el sistema, los migrantes no son humanos, sino sobrante de fuerza de trabajo, que no se ajusta a los estándares de la neoindustria capitalista, una nueva manera de explotación laboral, de selección de los aptos, exclusión y segregación de los descartables, que coloca el valor agregado de su mercancía en la tecnología y lo intangible. De esa manera, los que se forman como técnicos o como científicos del primer mundo son los escogidos para entrar a la competencia por un puesto temporal e inestable.
Lograr el estándar demanda un largo y costoso proceso de formación de alrededor de treinta años, validado en cada tramo por la otra industria paralela, todo un negocio destinado a vender títulos, a producir y acreditar a los nuevos ‘obreros’ del siglo XXI. El círculo ‘virtuoso’ de la explotación y el nuevo estilo de sobretrabajo terminan -además- cosechando el conocimiento, que luego es controlado y patentado por empresas privadas, para lograr aún más rentabilidad.
Pero mientras las fuerzas fascistas generan conscientemente las condiciones para la exclusión o la muerte de millones de seres y tejen las fronteras inventadas con murallas de alambres de púas custodiadas por un tecnopoder armado, del otro lado, segundo a segundo crece la presión muscular de pobres, segregados y desplazados, y la suma de sus débiles fuerzas van transformándose a su vez en un contrapoder impulsado por la energía más potente de la humanidad, la necesidad de sobrevivencia.
¿Cuál de las dos fuerzas vencerá: la fuerza de la humanidad que desea vivir o la fuerza que impulsa la muerte de los que consideran a millones de seres como elementos descartables, a fin de restablecer el equilibrio necesario para sus fines? (O)