El Informe a la Nación puso en claro: el país avanza en estabilidad y con resultados sociales y económicos bastante positivos, pero el nivel de confrontación política no cesa. Y es lógico que ocurra cuando los cambios afectan intereses muy concretos y bastante arraigados.
Lo otro, menos discutido, es por qué el Presidente de la República insiste en “darse duro” con la prensa y hacer de esa disputa el eje de su discurso. Eso tiene unos pros y unos contras que, en la perspectiva histórica, deben ser pensados más fríamente.
Si la oposición encontró su reemplazo y gran baluarte en la prensa, además de su incapacidad para proponer programas y proyectos con eco popular, debe asumir que desde el Gobierno no recibirá aplausos ni concesiones fáciles. Un proyecto histórico se afirma en lo que cree porque para eso hace política y está en el poder. La prensa reemplazó a la oposición, ¿y en ese juego asume las consecuencias, en la lógica política y no desde un purismo y menos castidad gremial? Ese es el tema.
Rafael Correa está obligado a dar esa pelea, pero también a dialogar con mucha más gente para proponerle nuevos retos y sueños para los próximos dos años. El énfasis en esa pelea opaca la propuesta estratégica para los amplios sectores que lo apoyan y tienen confianza en lo hecho hasta ahora como garantía de nuevos desafíos colectivos.
Por eso quizá faltó en su discurso del 10 de agosto último un llamado a la concertación con propuestas concretas, sobre todo a los sectores sociales y económicos que desean construir una patria libre y soberana para elevar la calidad de vida y el bienestar general. Su desafío, como el del resto del Ecuador, es imaginar escenarios donde propongamos utopías para inyectarnos nuevas ilusiones y tareas, con base en la Constitución.
Toda revolución debe revolucionarse para no oxidarse. Por eso toca hacer esas revoluciones dentro de la Revolución Ciudadana para ensamblar a cada uno de sus actores y simpatizantes en un solo objetivo: transformar este país para que las fuerzas retrógradas y esas otras que solo actúan en función de manuales no intenten siquiera enterrar ese gran recorrido y metas alcanzadas en estos últimos cuatro años.
La prensa tiene la responsabilidad de dejar a la oposición política su rol democrático y debe dialogar con los poderes, incluido el político. Y al Gobierno le toca hacer una propuesta para la prensa, de modo que el diálogo rebase recelos, intereses corporativos y contribuya a informar mejor sobre lo que verdaderamente interesa a la gente común y corriente.