“¿Sabés que este mes cumplo años? Pero no sé el día en que nací…” Esto me lo dijo Maria Eugenia Sampallo Barragán, una linda mujer argentina, de sonrisa amplia y mirada luminosa, en un cafecito de Buenos Aires, mientras me narraba su vida.
María Eugenia cuenta que siendo muy niña, tuvo alguna rabieta y se estaba portando rebelde con su madre. Entonces ella la castigó con el cinturón mientras le gritaba: “Con razón sos tan rebelde…hija de esa maldita guerrillera.” Esas palabras le quedaron sonando a María Eugenia y después le preguntó qué quería decir con eso. Su madre se llamaba Cristina Gómez y el padre, Osvaldo Rivas. Ambos se sentaron con ella y le explicaron. “En la vía a Mar del Plata un matrimonio tuvo un accidente. Ellos murieron. El bebé sobrevivió y fue adoptado por una pareja caritativa. Vos sos ese bebé y nosotros somos esa pareja.”
Tiempo después le dijeron: “Vos sos morochita, más que nosotros, porque vos sos la hija de nuestra empleada doméstica. Ella te quiso regalar, para que nosotros te educáramos.”
Pero como Cristina y Osvaldo eran tan imaginativos como caritativos, sintieron que habían lastimado a la niña con lo de la empleada doméstica, y decidieron mejorarle el status: “Tu mamá, en verdad, era una azafata italiana. Tuvo que dejar el trabajo, te tuvo acá, y nos pidió que te adoptáramos. Nunca más supimos de ella.” No solo eran imaginativos y caritativos. Eran desmemoriados y después le dijeron: “Alguien te tuvo en el Hospital Militar, te abandonó, y te recogimos.”
El torbellino de dudas llevó a Maria Eugenia a hacerse un examen de ADN, y lo comparó con el de una de las abuelas de la Plaza de Mayo que buscaba a sus nietos, y entonces supo la verdad: María Eugenia era hija de Leonardo Sampallo y Mirta Barragán, ambos militantes del Partido Comunista y asesinados por la dictadura. Los detuvieron en compañía de su otro hijo, de apenas tres años. Mirta, la madre biológica, tenía 6 meses de embarazo, y cuando nació María Eugenia fue entregada por los militares al matrimonio Gómez Rivas. Ellos la registraron como propia, con un certificado de nacimiento falso.
Cuando María Eugenia descubrió la verdad, acusó a sus padres adoptivos y fueron condenados a 25 años de cárcel. Al escuchar la sentencia, la madre adoptiva le gritó: “Malagradecida…te adoptamos para que no te hicieras comunista… de no ser por nosotros, hubieras terminado como tu padre y tu madre: arrojada viva desde un avión, desgraciada”.
En ajedrez, como en la vida, también se mata. Pero en el tablero no existen monstruos.