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El Telégrafo
Duglas Rangel Donoso

Los caminantes

20 de noviembre de 2018

El tiempo viene, va, regresa, desaparece. ¿Dónde está? ¿Dónde te hallas, Señor de los migrantes? Se avecina una tormenta y nada indica que los miles de caminantes centroamericanos en caravana hacia Estados Unidos se hayan dado cuenta de la lluvia y las tormentas que impiden el avance de sus deseos.

¿Están preparados para el juego del tiempo que apuesta a no importar el sufrimiento humano que huye de la guerra, de las maras y malos gobiernos. La gente camina, sabe dónde ir, sin embargo no entrará. El juego es dejarlos caminar, pero que no lleguen al otro lado. Es un juego de los grandes contra los pobres, contra los marginados.

¿Me escuchas, Señor de los migrantes? ¿Acaso oyes? ¿Quién atiende cuando los pobres cantan, caminan, migran, buscando el lugar perfecto para vivir? ¿Nuestros pedidos, súplicas, son atendidos por el tiempo? ¿Cómo lograr que les abran las puertas y sean recibidos con gozo? ¿Quién entiende? ¿Quién trae el dolor, la miseria, las heridas de la deshumanización?

Tiempo, Señor de todas las incertidumbres y zozobras. Las cosas se derrumban y no estoy preparado para la destrucción, nunca preparado. Estaba tranquilo mirando la Vía Láctea desde la ventana de un cerro que he sembrado en mi jardín y de pronto me dicen que ya no hay lo que antes estaba ahí; lo podía ver, tocar y hasta jugar con lo que antes ocupaba un sitio y hoy ya no hay nada, todo se lo ha llevado la violencia. Se llevó todo, ahora todo destruido.

En la caminata acompañan a los caminantes árboles enanos que dan frutos ovalados, de color ágata, y orquídeas, que alejan las penas y acercan el misterio de la luz del sol transformada de deseo a mariposa que vuela alto conquistando la oscuridad.

Señor de los migrantes que no caminas con los desposeídos. Hoy, ahora he decidido mirarte al rostro, rasgarte la máscara, agarrarte la cola, Señor de lo que cambia y hace ruido para no cambiar nada. He descendido hasta la profundidad del cerro alto donde me avisó Medusa que te escondes, para ver tu muerte y nacimiento y romperte las alas con la espada de lata que me robé al ángel.

Señor Migrante, apiádate de los caminantes, ciudadanos de las esperanzas, permite que se abra la frontera y puedan entrar, en nombre de las oportunidades, en nombre de la solidaridad humana. (O)

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