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El Telégrafo

Los amigos se van…

04 de julio de 2012

Hay muertes que nos duelen más que otras. En mi caso, siento mucho dolor por el fallecimiento de Jesús Arroyo, sacerdote carmelita que acaba de fallecer en España después de un accidente de tránsito. Había dedicado la mayor parte de su vida sacerdotal al fortalecimiento de la Iglesia de Sucumbíos. “¡Qué buen obispo hubiera hecho entre nosotros!”, se comenta en Nueva Loja.

Jesús era, primero, un buen amigo. Se identificó con los sufrimientos y los anhelos de la gente de Sucumbíos, en particular de las 5 nacionalidades indígenas de la provincia. Nos se había quedado en lamentos ni proclamas estériles, sino que ayudó a la gente a tomar conciencia de las causas de su situación infrahumana: ¡la provincia  más rica del Ecuador tiene el mayor grado de pobreza!

Ayudaba a analizar estas desgracias a la luz de las sabidurías ancestrales, del Evangelio y de los documentos eclesiales latinoamericanos. Esto había desembocado en muchas organizaciones populares con propuestas alternativas, tanto de vida personal y familiar, como de vida social y eclesial.

En todo el país, y más allá de sus fronteras, se conocía el trabajo de Isamis, la iglesia de San Miguel de Sucumbíos, ejemplo latinoamericano de Iglesia de los Pobres comprometida con las culturas, las mujeres, los jóvenes, los necesitados. Jesús era uno de sus puntales, incansable, humilde y tenaz.

El nombramiento atropellador de una congregación de tipo feudal y fascista no logró destruir el trabajo pastoral de 40 años de los Carmelitas. Después de 6 meses de destrucción sistemática de este trabajo pastoral a partir de los seglares y los ministros reconocidos, 18 miembros de los Heraldos del Evangelio tuvieron que salir de Sucumbíos por la puerta de atrás. El castigo vaticano no tardó en llegar: también los Carmelitas debían abandonar inmediatamente Sucumbíos.

Para abogar por la reconciliación eclesial y social, monseñor Gonzalo López, expulsado sin consideración de la diócesis, hizo una huelga de hambre de tres semanas en Quito.

Hoy en Nueva Loja quedan unos seguidores de los Heraldos animados por sacerdotes tradicionalistas y ajenos a la realidad, regalados por varias diócesis cercanas al Opus Dei.

Actualmente un nuevo administrador episcopal busca una difícil reconciliación en el respeto de la Iglesia de los Pobres que se construyó bajo el impulso de los Carmelitas y de Jesús Arroyo en particular.  Los amigos se van -a Dios, Jesús-, pero quedan las huellas que nos dejaron para continuar el camino marcado.

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