Un humorista norteamericano decía que para saber lo que es la soledad, bastaría imaginar lo que sentía una neurona en el cerebro del expresidente Ronald Reagan. Buen chiste, cruel, sin duda, pero injusto.
Reagan era un tipo talentoso, aunque a ratos bastante irresponsable. Es cierto que no habría merecido jamás ningún premio nobel de literatura, ni de la paz, (aunque casos se han visto…) Pero, en realidad, Reagan era un hombre con habilidades que se inició como un simple locutor de radio, hasta llegar a ocupar un lugar desde el que podía tomar decisiones que definirían la vida de millones de personas en el mundo.
Su primer trabajo fue en WOC, una pequeña emisora radial del estado de Iowa en la que –de memoria– repetía partidos enteros de fútbol americano.
En aquel entonces, no existía la transmisión en vivo, de modo que Reagan asistía al estadio, se grababa los partidos en su cabeza, y en la noche los transmitía –como si los estuviese presenciando en vivo–, para los oyentes que no habían podido asistir. Era un prodigio de imaginación y la memoria, sin duda alguna.
Terminada la transmisión del partido de fútbol americano, hacía un programa de temas agrícolas, donde se hablaba, sobre todo, de vacas.
Con tales habilidades, Ronald Reagan llegó a Hollywood, y aunque ahí se hizo fama de mal actor, tuvo mucho éxito en las películas de vaqueros.
Luego de su paso por el cine, se lanzó al mundo de la política. Al principio formó parte del partido Demócrata, pero en 1962, cuando ya había cumplido más de 50 años, descubrió que en realidad era republicano. En 1980 se presentó a las presidenciales y terminó por vencer a Jimmy Carter y convertirse en el cuadragésimo presidente de EE.UU.
Dice el tango que ‘la cabra tira al monte’. Por la década del 80, siendo ya Presidente de los EE.UU., en una visita a una emisora, Reagan tomó el micrófono y dijo: “Americanos, como presidente de la nación he ordenado un ataque nuclear masivo e inmediato contra la Unión Soviética. En minutos, el Imperio del Mal será borrado de la faz de la tierra”. Ese era su sentido del humor.
Los satélites soviéticos, que eran bastante brutos y no entendían chistes, y que al igual que los norteamericanos escuchaban todo tipo de transmisiones, tradujeron a la velocidad de la luz las declaraciones de Reagan. De manera automática los misiles de defensa asomaron sus cabezas.
A su vez, los satélites espías norteamericanos detectaron aquel movimiento y procedieron igual: se abrieron las compuertas y también asomaron las cabezas nucleares de los EE.UU. Los soviéticos confirmaron que el despliegue norteamericano era terroríficamente real, y se dio la orden de alerta máxima. Cada bando esperaba la primera chispa del enemigo para iniciar el holocausto final.
Durante varios minutos, el planeta estuvo a menos de medio segundo de desaparecer.
Enseguida, y sin saber los efectos de su broma, Reagan cambió el tema y se dedicó a hablar de fútbol y de vacas, como en sus buenos tiempos.
Es posible que Reagan hubiese estado tranquilo todo el tiempo, porque él solía consultar siempre el horóscopo, y ya sabía que el mundo no se acabaría aquella mañana.
En ajedrez, en cambio, las amenazas pueden resultar mortales: