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El Telégrafo
Gustavo Pérez Ramírez

Lo rescatable del discurso de Obama en Hiroshima

28 de junio de 2016

Se esperaba que el presidente Obama pidiera perdón en Hiroshima por el crimen de lesa humanidad ordenado por Truman. Los imperios no piden perdón, mucho menos el más poderoso de todos, que  se expande tratando de dominar al mundo, respaldado por  un inmenso complejo industrial-militar y las más mortíferas armas nucleares, que ensayó bárbaramente en Hiroshima y Nagasaki, poblaciones secundarias, sin defensa antiaérea. Bombardeos para alardear de poderío bélico ante la Unión Soviética, innecesarios para someter a Japón.

Aunque Obama tuvo que reconocer que “en un plazo de pocos años, murieron 60 millones de personas: hombres, mujeres y niños, no distintos de nosotros, tiroteados, bombardeados, de hambre, encarcelados…”.

Su discurso fue cadencioso como estila, casi lírico, alardeando de moralista. Como de narrador de fábulas fue su prólogo: “En una mañana brillante sin nubes, del cielo cayó la muerte y el mundo fue cambiando”. Si bien hizo pronunciamientos que no deben quedar en el olvido por su incidencia para la supervivencia de la humanidad.

1.- Abogó por “un mundo sin armas nucleares”. Y se ocupó del modus operandi: tratar de desmantelar el arsenal nuclear, para lo cual propuso diseñar un curso que conduzca a la destrucción de los arsenales, parar el esparcimiento a nuevas naciones, evitar su proliferación y, finalmente,  evitar que estos materiales mortales caigan en manos de fanáticos.

2.- Mencionó la necesidad de una revolución moral, reconociendo que el progreso tecnológico, sin el equivalente progreso en las instituciones humanas, nos puede llevar a la catástrofe. Aunque habló en términos vagos, sin  dar una idea de la dimensión e importancia de lo que decía. Pero al menos reconoció que la revolución científica que condujo a la descomposición del átomo requiere una revolución moral. Debería esbozarla antes de dejar la Casa Blanca, si desea incorporarla a su legado.

3.- Y reconoció que debemos cambiar la mentalidad sobre la guerra para prevenir conflictos por medio de la diplomacia,  y luchar por terminar conflictos después de que se originen. Llegó a decir: “Nuestra creciente interdependencia es causa para una cooperación pacífica y no para violenta competencia”, proponiendo un  futuro en el cual Hiroshima y Nagasaki sean conocidos, no solo como el alba del armamento atómico, sino como el comienzo de nuestro propio despertar.

Aunque de las palabras a los hechos hay mucho  trecho, como ya lo ha demostrado Obama con varias promesas incumplidas, y ahora el Ministerio de la Defensa propone expandir las armas nucleares con la Long-Range Standoff, sin embargo, vale la pena destacar sus planteamientos para  evocar ese momento de sensatez que tuvo la humanidad en 1928 con el pacto Briand-Kellogg, firmado por casi todas las naciones del mundo, con el  que se acordó “renunciar a la guerra como instrumento de política internacional y solucionar todos los conflictos internacionales de manera pacífica”. Utopía realizable si usamos el cerebro.

Celebramos el acuerdo entre el Gobierno colombiano y las FARC del cese al fuego bilateral definitivo, un paso contra la guerra. (O)

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