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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Lo que puede suceder, sucederá

21 de abril de 2016

La tierra, galopando bajo nuestros pies, apenas tres minutos, y después, el dolor galopando sobre todos durante cuánto tiempo más. Al final ojalá quede la voz de los sobrevivientes. Yo hablé alguna vez con uno de ellos, de otra gran tragedia, y me contó su historia.

Eran las once de la noche. Miguel estaba en un quinto piso, sentado leyendo, cuando escuchó un rugir tremendo. Miró por la ventana, buscó las luces de la calle, y solo alcanzó a percibir algo como una pared negra, de la altura del edificio, que avanzaba contra él. Miguel se agarró al escritorio y una ola de pantano negro, que bramaba como un monstruo quejumbroso, entró por la ventana, despedazándolo todo, y lo lanzó a él, con todo y escritorio, volando por la ventana del lado opuesto.

De repente, Miguel se vio agarrado a su escritorio, navegando como un náufrago, a una altura de muchos metros, sobre una ola de pantano que a su paso lo devoraba todo. Su cerebro quedó envuelto por una burbuja de silencio, mientras todo parecía suceder en cámara lenta. La ola de pantano avanzaba con una lentitud de pesadilla, como una película que se movía cuadro a cuadro. Desde lo alto, Miguel veía a quienes estaban a esa hora en la calle y que intentaban escapar. La ola pasó rozando la torre de la iglesia. Del parque, los árboles y las casas, no quedó nada. La mayoría de las personas estaban durmiendo, y pocos se dieron cuenta de que estaban siendo sepultados vivos. Después de un tiempo incalculable, la ola llegó a una loma y, en un gesto generoso, lo dejó abandonado en la parte más alta del cementerio. De allí fue rescatado casi veinte horas más tarde, cuando otra vez empezaba a oscurecer.

Esa es la historia de Miguel Jaramillo, sobreviviente de Armero, Colombia, en 1985. Sucedió a las once de la noche, aunque el volcán había explotado a las tres de la tarde. Ese día la incapacidad oficial no anunció que se descongelaba el hielo y que se formaba un turbulento río de muerte que no dejó nada a su paso. Alguna vez, los arqueólogos del futuro descubrirán esta Pompeya de Suramérica. Y no sabrán que esa misma tarde, después de las explosiones que alarmaron a la población, tanto el cura como el alcalde pidieron mantener la calma. El uno pedía confiar en la misericordia divina y el otro en la fortaleza de las instituciones. Hubo 24.000 víctimas porque quienes decidían olvidaron que aquello que puede suceder, alguna vez sucederá.

En ajedrez ese es un principio que, cuando se olvida, también se lamenta

Y vaya nuestra voz de solidaridad por las víctimas del reciente terremoto.

                                                                     1: DxC+,  PxD
                                                                     2: T7A+, RxC
                                                                     3: TxP mate.

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