Estás en casa y suena el timbre. Abres la puerta y entra un señor que se instala en tu salón. A pasar unos días, dice. Bueno. Así tenemos a Benedicto por aquí, a pasar el finde. Le hemos dejado el sofá, las sábanas, las toallas y todo lo que necesite utilizar en la cocina, en un despliegue de medios insólito. El problema, como en las pesadillas, como en las novelas, ¡como en la realidad!, es que no van a ser tres días. El “invitado” se ha instalado en tu casa y no está de paso: Quiere vivir contigo y educar a tus hijos.
Porque lo cierto es que Benedicto y los suyos no se marchan, van a pasar todo el curso con nosotros, encarnados en la asignatura de religión presente en el programa de todos los colegios públicos dos veces por semana, dentro del horario lectivo. Ese tema, irracional desde cualquier punto de vista, no suele estar en los medios, y hoy es un buen día para recordarlo.
España es un estado aconfesional y sin embargo los niños que no optan por religión no pueden recibir ningún tipo de contenido. Está explícitamente prohibido que aprendan nada nuevo en esas dos horas de “alternativa a la religión”, ni siquiera suele haber profesor (alguien les hace colorear el mismo aburrido dibujo, o charlar, o hacer los deberes). La razón de este despropósito es que si se aprendiera algo en esa materia “los de religión estarían en desventaja”, dicen (¡!).
En algún lugar leí que éramos un país de iglesias de sólida piedra y de escuelas prefabricadas, justo lo contrario de lo que debería ser una sociedad desarrollada. En las entradas para el fin de fiesta de las JMJ puede leerse: España vs. resto del mundo. A mí se me paró el corazón al verlo. Después me di cuenta de que no se trataba más que de un partido de fútbol y un eslogan muy poco afortunado.
La religión pertenece al ámbito de lo privado y no se entiende que el Estado tenga que financiar la formación religiosa en las escuelas. Creo que muchos de los creyentes que se avergüenzan estos días ante el derroche de papel higiénico con los colores del Vaticano volando por los aires estarán de acuerdo. Hay cosas tan inexplicables como los confesionarios instalados en el Retiro, y no se van a desmantelar el 22 de agosto. Lo malo, ya digo, no es que venga. Lo malo es que no se vaya.