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El Telégrafo

Lo bueno y lo malo que sucede en el IESS

25 de agosto de 2011

Tanto el hospital Teodoro Maldonado Carbo en Guayaquil como los diferentes dispensarios médicos del IESS lucen diferentes. Después de algunos meses de permanentes trabajos de remodelación de los edificios  -labores que todavía continúan-, los diversos detalles de los interiores de estas unidades de salud  se ven relucientes. Y así mismo, sus impresionantes equipos -de la más moderna generación- nos permiten comprender que en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social las cosas están cambiando.

Y este cambio no es solo en el  aspecto físico. En los consultorios como en los pasillos y en las salas donde se asilan los enfermos no se ven únicamente a adultos, afiliados activos o pasivos -muchos de ellos provenientes de otras provincias y de sectores rurales-,  pues actualmente, al amparo de disposiciones recientes, es común observar la presencia de niños que  llegan de la mano de sus padres en busca de atención médica que la reciben  sin problemas cuando los requisitos que se exigen a los progenitores y sus patronos han sido cumplidos debidamente.

Pero en contraste, el punto débil de los centros de atención médica del IESS se encuentra en su personal.  Un buen número de los mandos medios e inferiores no siente ningún asomo de solidaridad  para con los afiliados, activos o jubilados, solidaridad que es uno de los puntales fundamentales de la seguridad social y de la medicina socializada que vio en Alemania, con Bismarck, su nacimiento oficial, encontrándose fortalecida en la actualidad en la mayoría de los países civilizados del mundo. 

Además, no han comprendido todavía que el trabajador afiliado y el jubilado gozan de un derecho adquirido por sus permanentes aportes económicos y los de sus patronos durante toda su vida laboral. En consecuencia, los servicios que reciben del IESS no constituyen caridad alguna sino el goce de un derecho protegido  por la Constitución y las leyes. Y peor aún,  los mandos medios e inferiores del Seguro Social no comprenden la necesidad de apoyar al revolucionario proceso de transformaciones profundas que son necesarias en el país. Muy por el contrario, ellos detienen este proceso, retardando el proyecto de cambios de la mayor importancia.

Lo cierto es que los médicos del Seguro Social, con excepción de unos cuantos que se encuentran animados por sentimientos humanistas y de solidaridad,  podrían ser observados por su trato, no solo descortés, sino hasta grosero para con los pacientes, a quienes aparentemente intentan hacerles creer que están recibiendo una acción de caridad personal de los galenos,  y de paso, realizada de mala gana por aquellos profesionales. Con este proceder  se alejan de los principios universales señalados por  las máximas figuras de la medicina a través de la historia,  como el multifacético francés-alemán Albert  Schweitzer, Premio Nobel de la Paz en 1954, quien estableció su domicilio  en Gabón, al norte del Congo, en el  África Ecuatorial.  Allí fundó un villorrio para atención de leprosos,  además del famoso hospital de Lambaréné, al que dedicó su vida desde 1913 hasta su muerte, en  1965, cuando había cumplido 90 años de edad.

Así mismo, en las casas de salud del Seguro Social trabajan secretarias-enfermeras de los consultorios,  quienes han hecho su costumbre maltratar a los pacientes con su conducta irrespetuosa, esto con la salvedad de unas cuantas de estas trabajadoras del IESS. Entendemos que  ellas comprenden correctamente cómo deben realizar su tarea, quizás inspiradas en la labor ejemplar de la inglesa Florence Nightingale, el “Ángel de Crimea”, quien, con su  heroico y caritativo accionar durante la Guerra de Crimea (1854-56), dio nacimiento a la profesión de enfermería llevada con amor, humanismo,  caridad y solidaridad.

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