No hay día, o mejor noche, que en los noticiarios de nuestro país no aparezca alguien llorando. Lucimos los ecuatorianos, otra vez según esa visión mediática, unos verdaderos llorones.
Lloramos sin parar porque no tenemos nada que celebrar, ese parece el mensaje. Lloramos para negarnos el derecho a la celebración. Lloramos sin consuelo como si no hubiera una manera diferente de afrontar la adversidad.
En medio de la desgracia nuclear de Japón las imágenes no se regodeaban en el llanto. En la reciente masacre de Noruega tampoco vimos a la gente solo llorando. El dolor siempre estuvo ahí, no hacía falta morbo para sentir en nuestra propia piel lo que debía estar pasando por el alma de esa gente. Pero a ellos no los vemos llorando, como si la cámara respetara la intimidad. Como si alguien con un poco de sensibilidad reconociera que a veces, por los excesos, la sobreexposición mediática, hasta la dignidad puede salir afectada.
Cuando la cámara es usada como arma, que asusta, que intimida, que no respeta, se tiende a estos excesos que, como siempre, solo se los toma con la gente pobre, como en la crónica roja. Los ricos no lloran, no viven dramas pasionales, jamás portan armas blancas, o pistolas, o fusiles, o ametralladoras.
Esta es la otra forma que han desarrollado los medios comerciales para darnos duro, para bajarnos la autoestima e intentar llevarnos al mundo de la depresión. Si llora el afectado atrapado en la pantalla, ese es el gran recurso de la narración, yo, receptor, me involucro sin dejar pasar las cosas por el filtro de la reflexión.
¿Por qué pasan las cosas? No, eso es demasiado y hasta peligroso, eso me haría tomar conciencia, me haría pronunciarme.
Antes de las noticias, una telenovela y después otra, así es como se la tiene del cogote a la gente.
Llora, que así saldrás en la tele.
Llora, que nunca sabrás por qué asesinaron a tu hijo.
Llora, para que no te creas con otros derechos.
Llora, porque a este mundo solo se ha venido a llorar.
La verdad da, lo siento mucho, hasta repugnancia. Quedamos reducidos a pobres seres que no tienen otra cosa que el plañidero recurso. Ecuador, país de llorones, me decía un viajero que anduvo por aquí solo cuatro días. Viste mucha televisión, atiné a decirle.