Se debate a propósito de la crisis de las humanidades en los centros de enseñanza, que sucumben a las lógicas hegemónicas utilitaristas, instrumentales y pragmáticas, ligadas al capitalismo neoliberal; sobre su necesidad y pertinencia para el mejoramiento del ser humano, la ampliación de la ciudadanía y de la democracia, la construcción de principios éticos devenidos de la reflexión racional y pausada.
Se justifica a las humanidades sobre su potencial transformador de las creencias, percepciones y actitudes hacia el mundo y hasta se argumenta en favor de su estatuto epistemológico y de su calidad de ciencia. Pero algo queda pendiente en todo este despliegue defensivo de las humanidades porque ¿no es acaso la racionalidad del capital algo profundamente humano? Hablamos de que los humanismos han estado ausentes de las condiciones de producción de lo humano cuando es posible que la comprensión actual del humanismo se exprese precisamente en esas condiciones de producción de un mundo que ciertamente aparece no solo hostil con las humanidades sino con la vida.
Así que situar a las humanidades en la comodidad de la alteridad renegando de su parte de responsabilidad en el aparecimiento de un mundo que no admite otros mundos, constituye una deshonestidad y al mismo tiempo expresa sus profundas carencias.
Digámoslo así, la reconstitución de las humanidades pasa por devolverles la capacidad de creación de utopías, es decir de nuevas imágenes de futuro de un ser humano mejor y de una sociedad mejor y de reconocer este aspecto como relevante y fundamental para el verdadero progreso del ser humano. No por reconocerles legitimidad como ciencia, las humanidades van a salir de la crisis.
Es mejor que las humanidades sean ilegítimas en un mundo que produce muerte, es mejor que sean auténticamente críticas y que propendan a la creación de estrategias humanistas y solidarias al margen de toda institucionalidad del pasado para que puedan acoger a todos aquellos que se estampan contra la pared del poder. (O)