El filósofo español Fernando Savater, siguiendo el ejemplo de Aristóteles, escribió para su hijo, Política para Amador. En uno de sus capítulos, describe cómo elegían los ciudadanos antiguamente a los líderes.
El líder debía ser electo por sus habilidades, es decir, se elegía, por ejemplo, al líder de los pescadores entre aquellos ciudadanos que mejor pescaban.
Se escogía a los líderes que demostraban tener sabiduría y mayor conocimiento que el resto de sus conciudadanos. Generalmente eran los ancianos la memoria colectiva de esos pueblos. Hoy se eligen a jóvenes de la farándula, de los noticieros o jugadores de fútbol.
Ligada a la sabiduría estaba la experiencia, se decía “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Era un liderazgo político que administraba la sociedad respaldado por el conocimiento. Hoy, basta que sean un adonis o una venus criollos, aunque no hayan terminado la secundaria.
Se exigía del dirigente tener la capacidad de mantener el equilibrio social y la paz ciudadana. Saber temperar los intereses y voluntades individuales con los colectivos. Hoy, la percepción mayoritaria es que los gobernantes administran la cosa pública en beneficio propio.
El pueblo no cree en la ley. Es más fácil ir por la izquierda y ofrecer coimas que someterse a la ley. No somos una sociedad de la confianza. Somos la sociedad de la desconfianza.
Desconfiamos en el poder ejecutivo y sus cabezas. Desconfiamos del poder judicial y sus operadores. Desconfiamos del poder legislativo y sus alzamanos. Desconfiamos de los partidos políticos.
Estos últimos, convertidos en maquinarias electorales concentradas en ganar las elecciones con el fin de ganar dinero u obtener prebendas y canonjías. Parecería que la aspiración de los políticos es garantizar la estabilidad económica para tres generaciones.
Por ello, si la política es algo sucio y mafioso, se entiende el porqué los ciudadanos honrados prefieran no involucrarse en la administración del Estado.
Los ciudadanos no pasamos de la queja en el Facebook, en el Twitter y en las redes. Los ciudadanos no nos organizamos. La ciudadanía se ha quedado escondida en las barricadas del teclado. (O)