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El Telégrafo

Libertades para el capital

12 de enero de 2013

¿Cuál es el proyecto ideológico-programático de quienes promulgan el liberalismo desde la tendencia del centro y la derecha política?

Señalan defender la libertad individual, la libre competencia, la (casi) nula regulación de los mercados, la no intervención del Estado, el afán de estabilizar la economía -en la perspectiva de inflación y déficit público-, la eliminación de impuestos -sin determinar otras fuentes de ingresos para no alterar la inversión social-, la disminución del gasto público y la búsqueda del equilibrio macroeconómico -en la visión de precios y presupuestos, antes que en el crecimiento de la producción y el empleo-. Lo que no dicen es que detrás de estos planteamientos hay una sumisión mecánica a ubicar todo en la dinámica oferta-demanda-precio por la siguiente razón: las políticas sustentadas en la liberalización del comercio, de los mercados y de la desregulación del sistema económico no enfrentan los problemas estructurales de desigualdad socioeconómica en el país. ¿Se puede ser libertario bajo el costo de reproducir las condiciones de inequidad y exclusión social en el acceso a derechos, servicios y oportunidades? ¿Se puede alcanzar las libertades económicas sin lograr la satisfacción de necesidades básicas? ¿Es viable el liberalismo sin haber desarrollado las condiciones materiales para las potencialidades y capacidades de las personas?

En respuesta a esas credenciales liberales sin sentido histórico de nuestra realidad, cabe plantear: ¿dónde queda la justicia social? Plantear el crecimiento de la economía por sí solo y que sus beneficios llegarán a los pobres es desconocer
nuestra trayectoria de despojos y marginación para las grandes mayorías. Los mercados responden a intereses corporativos y, por su naturaleza de acumulación, no corrigen las desigualdades en el ingreso y la distribución de la riqueza, peor aún van a encargarse de disminuir la pobreza.

Aquellos que se precian de sacrosantos liberales tampoco exhiben definiciones claras sobre libertades públicas como la despenalización del aborto y del consumo de droga, la adopción para parejas del mismo sexo, la eutanasia, la reforma de normas que pueden criminalizar la protesta social, la despenalización del delito de injurias y desacato en la opinión pública, las medidas de acción afirmativa para identidades GLBTI, la aprobación de una normativa que profundice los derechos de comunicación, información y deliberación pública de la sociedad y no de los dueños de los medios, entre otras. ¿Por qué no encajan estos cambios en la agenda de los candidatos de tendencia “libertaria”?

Es indispensable suscitar este debate, para dimensionar hasta qué punto la etiqueta de lo liberal plantea una supuesta defensa a las libertades públicas, cuando es incapaz de abordar los cambios que consagran la autonomía individual. Su propósito no está en políticas públicas que construyan una auténtica sociedad liberal hacia igualdad de condiciones y oportunidades, sino en políticas que privilegien la eficiencia económica, para después pensar si interesan o no las libertades de las personas.   

Proclaman la prohibición al libre ejercicio de los derechos relativos a la movilidad humana de ciudadanos extranjeros en el país, pero pregonan el impulso de los mercados mediante la libre movilidad de mercancías y bienes entre Estados, pero no de personas; a pesar de que por la vigencia de instrumentos internacionales existen compromisos puntuales con algunas naciones de no exigir visa para sus ciudadanos. ¿Cómo entender que defienden la suscripción de tratados de libre comercio, pero no hacen referencia puntual a cuáles serían los tipos de políticas y estrategias en materia de trata de personas, refugio, migración, delincuencia transnacional? ¿Defensa de la movilidad humana o de capitales?

¿Por qué hay tanta determinación para hacer una apología a los mandamientos del libre mercado y una evasión recurrente a plantear temas de transformación liberal en decisiones individuales? Porque llevan la bandera de custodia a los intereses del capital. El liberalismo del siglo XXI no es la defensa por las libertades personales, es la defensa por las libertades del capital, para reposicionar sus estrategias de reestructuración y expansión acumulativa, sin increpar la crisis civilizatoria mundial y su modelo capitalista. Las tesis libertarias argumentan una reivindicación del individuo, pero la hacen para disfrazar su proyecto neohegemónico.  

Las sociedades que quieran ser liberales deben asumir las transformaciones necesarias que les permitan a las personas decidir en plena libertad qué tipo de familia, sociedad y desarrollo quieren, exigir igualdad de oportunidades para acceder a derechos -como el trabajo-, en definitiva, asumir la libertad sobre sus decisiones y proyecto de vida. El desafío para construir sociedades liberales pasa por aprender a convivir con una congruencia múltiple de valores y creencias, sin imponer una sola visión hegemónica sobre los demás. No pasa por la defensa de libertades económicas -con miras a reforzar veladamente el neoliberalismo- para dejar intactas las condiciones injustas de desarrollo.

*Docente universitario

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