Ismael Pérez Pazmiño recomendaba en su época: “Guardar cultura y serenidad en la polémica. No afirmar nada que tengamos que borrar al día siguiente y, por último, escribir en letras de oro, bien a la vista, sobre la mesa de trabajo, las palabras de Walter Williams, insigne hombre de prensa norteamericano: “NADIE DEBE ESCRIBIR COMO PERIODISTA LO QUE NO PUEDE DECIR COMO CABALLERO”.
El pensamiento del fundador de El Universo se actualiza como mensaje para los columnistas y comentaristas de los medios impresos, radio y televisión, acostumbrados a calumniar, insultar y a formular acusaciones graves, sin pruebas contra gobernantes, funcionarios o particulares.
La “prensa privada” confunde, por conveniencia, opinión con injuria; el derecho a la crítica con la calumnia y se acoge a la libertad de expresión para declararse víctima o perseguida. El articulista malévolo agrede sin importarle la dignidad de otros y muy pronto cae en el desprecio ciudadano o en el enjuiciamiento penal. El que obra con altivez sobrevive en el tiempo y graba en la historia sus lecciones ejemplares. El periodista o articulista es un profesional como cualquier otro, y no se escapa a las leyes cuando incurre en un delito. Al impostor que avergüenza a esa noble profesión le asiste el derecho al arrepentimiento y a la defensa.
Es coherente el pronunciamiento de las empresas periodísticas, sus empleados, la derecha política, la SIP (Sindicato de Dueños de Periódicos) y gremios desorientados, en apoyo a la postura de un infractor y sus cómplices, pero no es correcto que, para confundir al público, se abra una escandalosa campaña, en el sentido de que “la libertad está en peligro de muerte”, mientras silencian el origen o causal del litigio: delito de injuria calumniosa contra el Primer Magistrado de la República.
Recordemos que es un error considerar al periodismo como un poder. Su misión es difundir la verdad y contribuir a la formación de una correcta opinión pública. Es lamentable su evidente desvío al someterse a los intereses de los sectores más reaccionarios del país. Por mandato de la historia, la nueva Ley de Medios garantiza un periodismo serio y la sujeción de los comunicadores a normas de conducta y de responsabilidad social.
Todo llega a su fin. La mentira disfrazada y el ocultamiento de la verdad restan confianza a la prensa “independiente”. Ya entra, inexorable, a su ocaso.