Durante estos últimos días he escuchado con mucho asombro el nuevo discurso de algunos líderes de la oposición, ciertos dirigentes empresariales y unos pocos medios de comunicación social, quienes piden al gobierno de la Revolución Ciudadana más libertad. ¡Qué ironía! Los que antes tuvieron toda la libertad del mundo para desfalcar las arcas del fisco, los que provocaron la quiebra de todo el sistema financiero nacional a finales del siglo pasado, esos fueron los que hicieron un festín con nuestra plata, disfrutando de mucha libertad para hacer lo que les dio la gana. Entonces, me preguntaba, ¿será acaso que nuestras élites quieren volver a vivir en la larga y triste noche neoliberal, donde imperaban el libertinaje, la anarquía estatal y la inmoralidad social? Por supuesto que la rancia oligarquía ecuatoriana necesita mayores libertades para evadir los impuestos, para pagar salarios miserables a sus trabajadores, para no reconocerles el pago de las utilidades, para no afiliar a sus empleadas domésticas al Seguro Social, para crear fundaciones de lucro sin fin, entre otras ignominias e inequidades. De igual manera, algunos dueños de los medios de prensa necesitan tener mayor libertad para difundir cualquier mentira, a fin de engañar y manipular a la gente, sin responsabilidad ulterior por las infamias que publican, con el objetivo de instaurar un estado de opinión sin ninguna regulación ni control del Estado. Vale recordarle a nuestra vieja clase política la doctrina de uno de los padres de la democracia, el filósofo francés Juan Jacobo Rousseau, quien sostenía: “Es necesario que los individuos por un instante confieran sus derechos al Estado, el cual después se los reintegra a todos con el nombre cambiado, esto es, ya no como derechos naturales, sino como derechos civiles. De tal suerte que cada cual conserva su libertad, porque el individuo se hace súbdito únicamente respecto al Estado, que es la síntesis de las libertades individuales. El contrato social representa una forma ideal de asociación, en la que la pertenencia a un cuerpo político no destruye la libertad ni compromete la igualdad de los ciudadanos, sino más bien administra, regula y distribuye nuestros derechos ciudadanos. Los individuos son súbditos, únicamente, de la voluntad general, que ellos mismos concurren a formar en el Estado”. En consecuencia, el ejercicio de las libertades individuales debe ser administrado y regulado por el Estado, mediante las leyes que son la expresión de la voluntad general de un pueblo organizado. El Estado debe ser un ente controlador de la libertad, afianzando también la igualdad y la justicia social para garantizar el bien común.
No confundamos libertad con libertinaje, anarquía y corrupción. El viejo Estado burgués no debe volver, sigamos ayudando al actual gobierno a construir una patria más altiva y soberana.