Mediante elogios afrentosos alguna prensa ecuatoriana mostraba la magnífica diplomática que es la señora Heather Hodges, ex embajadora de los Estados Unidos en nuestro país, de lo que casi no se habló fue de su desliz en producir información de inteligencia para el Departamento de Estado. Jamás se imaginó el contraespionaje del “servicio de inteligencia de la gente”, según el sarcasmo de Julian Assange. Tim Weiner, en Legado de cenizas, escribe: “Espiar […] es una lenta búsqueda para descubrir verdades bien fundadas, para conocer la mente del enemigo…”. Al menos, en este caso, el cacumen de un potencial adversario ideológico. Los cables de la embajadora Hodges, revelados por WikiLeaks, autorizan creer que había hambre para elaborar el perfil político del liderazgo de la Revolución Ciudadana. Aunque el interés abierto sería el “mandar señales de alerta al Departamento de Estado sobre la (supuesta) corrupción de altos mandos de la Policía” (¡debería investigarse!). La preocupación estadounidense tiene rescoldos del buschismo paranoico: “la lucha contra el terrorismo”.
El desasosiego de la embajada era por la brecha que podría abrirse, causado por el debilitado control migratorio de Ecuador, para la entrada de terroristas en Estados Unidos. Los suspicaces creen, y podrían estar en lo cierto, que la verdadera intención fue debilitar al gobierno de Rafael Correa mediante el acopio de datos, para refinarlos con análisis de revistas y periódicos, quejas del círculo VIP nacional y esa producción utilizarla en los momentos de negociación o de presión para obtener ventajas o sometimiento. O quién sabe si a la diplomática le aplicaron la exigencia stalinista: “No deseo sus teorías, deme solo los hechos, deme solo los cables…”. Y pretendieron ser franqueza brutal.
Los organismos ecuatorianos de seguridad del Estado, sin importar su especialidad, fueron creados para operar en el territorio y contra la gente ecuatoriana de izquierda e informar a quienes eran financistas e inspiradores: funcionarios de distintos niveles e instituciones de los Estados Unidos. Y es probable que no ocurriera el apagón por las acciones del Gobierno ecuatoriano, pero se le clausuró la fuente básica de información para conocerle el alma de la clase política nacional.
No hay drama. Declarada persona non grata, la señora Hodges se cruzará en el aeropuerto con el embajador ecuatoriano. La lección es de doble vía: los gringos no podrán sojuzgar como antes ni a los ecuatorianos les será cómodo aplaudir las insolencias imperiales.