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El Telégrafo

Lecturas en Quito y Guadalajara

30 de noviembre de 2011

Ana Karina López se adelantó: escribía yo la madrugada del lunes pasado este artículo sobre las Ferias del Libro de Guadalajara y la de Quito, que se desarrollan, simultáneamente, en México y Ecuador, y ayer descubro en su artículo, en  diario Hoy,  el tema que los escritores abordan generalmente en eventos de esta naturaleza: la libertad. Y claro, como ella no habrá ido aún a la de Quito, descarta los debates que en ella se producen, en los eventos oficiales y formales, como en las conversas en la cafetería, donde se habla a veces mucho más y mejor que ante un auditorio.

En la de Guadalajara son invitados de “honor” los premios Nobel Mario Vargas Llosa y la rumana Herta Müller. Ellos abordaron cómo la literatura es un instrumento del progreso y la libertad, pero también dijeron que la literatura es imprescindible para enriquecer la sensibilidad y la imaginación y para desarrollar el espíritu crítico.

Y en Quito (no voy a mencionar autores, para evitar esa hipersensibilidad de quienes al ser excluidos arman un tropel de rechazo) los invitados de honor son los escritores peruanos, que viven, crean y sufren en su Perú. Casi todos, en la feria capitalina, refieren a Arguedas, Vallejo y a los poetas de “última generación” como una expresión de esa otra forma de literatura que relata, expresa, sensibiliza y hasta exterioriza un mundo excluido y excluyente, donde todavía los conceptos de libertad y hasta de progreso tienen otros sentidos y otras expresiones.

Por lo mismo, la de Guadalajara y la de Quito, paradójicamente, son dos ferias de una misma foto: las visiones que el mundo debate y la razón de que algunos intelectuales y editorialistas, como López, asuman políticamente a la literatura como una bandera contra cualquiera de los bandos. Y entonces, la misma literatura queda sometida a una interpretación interesada, por decir lo menos,  para enarbolar apoyos o desafectos, como si la lógica de la ficción, por sí misma, no tuviera otros sentidos para entender la razón y esencia humanas, en todos sus defectos y virtudes.

Lo que no comenta López es que a Quito van miles de lectores a construir ese espíritu crítico desde la lectura de “nuestros” y otros autores, distantes quizá de esos afanes libertarios de Vargas Llosa y Müller. Los de acá colocan en escena otros debates y otras lecturas no menos “cosmopolitas” como quisieran ubicar a quienes se codean con los Nobel y, por lo tanto, ingresan en el altar de la sabiduría e inteligencia liberales, donde la libertad de expresión no es un derecho, sino un legado de cierto dios.

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