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El Telégrafo
Sebastián Endara

Lecciones sobre el individualismo

19 de enero de 2022

El anhelo de la modernidad es llegar a una situación de verdadera libertad para todos y todas. Ahora no nos interesa saber si ese anhelo es adecuado, en la medida que sigue siendo el horizonte hegemónico en la civilización actual. Nos interesa saber cómo hemos de lograrlo en sociedades como la nuestra, una sociedad lejana al cumplimiento de ese anhelo que parece válido y está vigente.

 

Queremos libertad, pero para ello es necesario emanciparnos, primero de las creencias que siempre son infundadas y luego de la servidumbre económica que es la base de la dominación social. Ello implica la construcción de un sistema político que garantice a la libertad como principio y fundamento, y como objetivo y fin elemental, es decir, una sociedad que transforme tanto sus bases ideológicas como sus implicaciones prácticas. Sobre la libertad como principio se establecen los criterios de ética y de justicia, y de ello devienen las formas de educación y reproducción social, así como el comportamiento y de actuación social.

 

La libertad es una situación de plena autonomía en un contexto que garantice y estimule la plena autonomía para todos, es decir que la libertad ocurre en un espacio de igual diversidad y diferencia. Parecería una paradoja, pero no lo es, decir que para ser libres necesitamos primero ser iguales, y que luego de ser libres necesitamos ser iguales. Esta igualdad no nace de una naturaleza divina, sino de nuestra condición humana, de las posibilidades de una razón compartida y de un destino colectivo que se erige en la posibilidad de las particularidades individuales.

 

De tal manera, el individualismo no es sinónimo de libertad, como tampoco el colectivismo lo es de equilibrio. La libertad no acepta recetas, solo el respeto real de sus fundamentos que en última instancia se sintetizan en la veneración de la vida y eso es justamente lo que estamos llamados a consolidar en la medida de nuestro estatuto ciudadano, la democracia como uno de los sistemas construidos a partir de la idea de libertad.

 

Nuestras sociedades llamadas “democráticas” no lo son. No fomentan la libertad, la ahogan. Y no soportan la igualdad de los diversos. Así, tampoco toleran la igualdad de oportunidades y el desarrollo de capacidades, como tampoco la redistribución del conocimiento, la limitación al monopolio o la anulación de los privilegios que otorga el Estado. La libertad es una forma de vida, no una mercancía que se puede comprar, y esto último es precisamente una de las deformaciones de un pensamiento que no comprende la libertad como elemento ontológico del ser humano moderno.

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