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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Latinoamérica predestinada

24 de marzo de 2016

El francés Pierre Luc Abramson, autor de Las utopías sociales de América Latina en el siglo XIX, señala que existe un vínculo indisoluble entre América y la utopía, que se estrecha justamente en el siglo XIX y que se erige sobre ese estado permanente de idealismo, esperanza y revelación que se mantiene por largo tiempo. Este espíritu utópico yace a su manera en el pueblo, pero al mismo tiempo se encarnó en la literatura y aun en la política, alimentado por la certeza de que somos originales y estamos desplegados en la geografía perfecta para el Gran ensayo.

Impulsados por la fuerza utópica, los criollos del siglo XIX, autores del nuevo proyecto político republicano, creyeron que en nuestro continente se produciría la regeneración de la humanidad. Por otra parte, muchos pensadores del viejo mundo concibieron también el imaginario de que en nuestro continente se plasmarían la sociedad perfecta y feliz, y sustentaron la doctrina del socialismo utópico del siglo XIX, que intentó plasmarse en comunidades como la de Campo de Asilo, Texas, en 1817.

Los más lúcidos pensadores y políticos del siglo XIX, afines al radicalismo, imaginaron a América Latina como el lugar escogido y predestinado para la gran transformación, lo cual sugiere la formación de un núcleo erigido sobre el pensamiento judeo-cristiano asociado después a los conceptos de soberanía popular. El añejo maestro Simón Rodríguez (1771-1854) aseveraba que Hispanoamérica era el lugar de la gran creación que pedía la humanidad y el grande José Martí reafirmaba que América era única porque estaba poblada de pueblos originales.

A su tiempo, el mexicano José María Vasconcelos (1882–1959) concibió la idea de que Latinoamérica sería el lugar donde se forjaría la ‘raza cósmica’, una especie de síntesis que daría lugar a la quinta y perfecta ‘raza’ universal, que poblaría un mundo renacido, donde prevalecería la estética, el caracol, la espiral y el júbilo del amor, una vez que hubieran superado la etapa de la razón. Pero para llegar a ese estadio debía evitarse el dominio anglosajón sobre el Amazonas porque, si eso ocurría, el proyecto fracasaría.

¿Por qué en Latinoamérica ha florecido y ha mantenido por siglos esa capacidad generadora de utopías, hasta tal punto que doctrinas eminentemente pragmáticas y o materialistas, como el liberalismo o el marxismo, han devenido en una suerte de idealismo? Esta pregunta compleja no ha podido ser contestada del todo: se ha hablado de una suerte de condición espiritual, barroca, religiosa, mítica, propia de la cultura latinoamericana que está presente como un elemento de larga duración, consecuencia de una serie de factores históricos que se expresan, tanto en el campo de la literatura, como del pensamiento social o el de la política misma. Lo que sí constituye una conclusión cierta es que este utopismo ha cumplido un rol fundamental como contrapeso de las doctrinas pragmáticas que han sustentado la expansión del capitalismo mundial y el individualismo.

Frente a la posibilidad de que América y su proliferación de utopías no hubieran existido, hoy tendríamos quizá una sacralización irrefutable del mercado y una omnipotencia religiosa del dinero. No estaría presente la propuesta de la justicia y la equidad social. (O)

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