El poderoso país del Norte, con la ayuda de los vendepatria que nunca faltan en los países de América Latina, al parecer ha vuelto a sus andadas. Y esta vez la víctima fue Paraguay. El sábado 23 de junio el asunto parecía traer el sello de la CIA y olía fuertemente a golpe de Estado, anidado y planificado en el Parlamento paraguayo.
Precisamente el lugar donde el presidente Fernando Lugo no tenía apoyo y en donde los políticos de ultraderecha armaron un tinglado a la vista del mundo y actuando como rabiosas hienas y lobos al acecho, en número de 36 y bajo una sentencia preparada previamente, derrocaron a un presidente que había sido elegido por cerca del 50% del electorado de esa nación y que se encontraba desarrollando una trascendental administración en beneficio de los marginados, especialmente en materia de salud y educación.
Sin pruebas a la vista -“pues los hechos son de dominio público y no hace falta presentarlas”, dijeron-, sin observar el debido proceso, dejando tan solo un par de horas a la defensa y sin señalar las culpas del acusado, los representantes de la más pura oligarquía paraguaya pusieron término a una histórica labor presidencial que había hecho posible el mayor crecimiento económico del pueblo guaraní.
El vergonzoso juicio se llevó a cabo en un récord de tiempo menor a 24 horas y más pareció un remedo del conocido drama del absurdo, del polaco Franz Kafka, “El proceso”, en donde el protagonista, al ser detenido y luego llevado a juicio, jamás conoció de qué se lo acusaba, ni quién lo juzgaba, ni por qué se lo juzgaba, ni aun después de la sentencia.
Ya desde sus primeros tiempos de sacerdocio, a partir de 1977 en la provincia de Bolívar, aquí en el Ecuador, y concretamente en Echandía, a donde fue enviado a trabajar como misionero durante 5 años, Fernando Lugo comenzó a identificarse con la Teología de la Liberación. Posteriormente, en 1983, un año después del regreso a su país, la Policía de Paraguay, instrumento del régimen gobernante de aquel tiempo, lo expulsó de su nación.
Su trayectoria de “cura rebelde, amigo de los pobres”, fue el sello que identificó a Fernando Lugo y el “gran pecado” del sacerdote que poco tiempo después de su retorno definitivo a Paraguay, en 1987, cuando aún no había sucedido la caída de Stroessner, conquistó las simpatías de los sectores desprotegidos de su nación. De este modo, al haber sido investido como Obispo en 1994 y enviado a San Pedro, una de las regiones económicamente más deprimidas del Paraguay, demostró abiertamente su apoyo a los campesinos sin tierra.
Licenciado en Ciencias Religiosas y magíster en Sociología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, ya desde aquellos días que empezó su identidad con los pobres del Paraguay, sus intereses iban más allá del sacerdocio, del que se independizó en el año 2005, cuando el papa Juan Pablo II aceptó su renuncia.
Ahora, América Latina está el peligro. Los poderosos de la nación del Norte regresan a su viejo empeño de dominar a todos los pueblos del Sur del continente. Sabemos que primero intentaron con Cuba, pero les fue muy mal. Luego lo hicieron con Venezuela, pero tampoco lo lograron, aunque sí triunfaron en Honduras.
Después intentaron dejar fuera a Rafael Correa en Ecuador. Y en la actualidad, Evo Morales sufre serios problemas frente a una intransigente revuelta policial; y en Argentina, Cristina Fernández se empeña en superar la actual huelga general de los camioneros.