La supuesta broma de candidatizar a un burro solo refleja el estado de banalización de la política a la que quieren llevarnos ciertos sectores, actores y “rupturosos” del sistema. Y el eco inmediato (sobre todo mediático) prueba que esa banalización se sintoniza con quienes creen que la política es lo más lejano a la realidad humana de todos los días y que solo la ejercen determinadas personas ansiosas de poder.
Al mismo tiempo, como ha expuesto Carol Murillo en una entrevista radial, “hay una exagerada dramatización de la política en Ecuador”. Y eso, al parecer, evidencia esa condición dramatológica con la que queremos que sean también nuestras vidas (sobre todo las que se exponen en el escenario público). Como si fuese la telenovela que queremos vivir en cada episodio de la vida democrática o la búsqueda de unas verdades que solo son válidas en la misma medida que confrontan o destruyen al enemigo por un “quítame las pajas”.
Heráclito decía: “Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorprendente cuando la encuentras”.
La verdad es una suma de versiones, cierto. Pero también la verdad asume datos indiscutibles de la realidad. Si esta semana el Banco Mundial ha “confesado” que la clase media de América Latina creció en más de la mitad en el último decenio, la política de esta región debe estar produciendo resultados indiscutibles para que la economía provoque esos cambios. Y siendo una buena noticia, no fue motivo de grandes titulares ni de reflexión por parte de nuestros candidatos. Están más ocupados en las traiciones y camisetazos de última hora antes de qué piensan sus electores y cómo han cambiado sus comportamientos sociales, culturales y políticos. Y otros en regresar al pasado sin ninguna vergüenza.
Ahora que empieza la campaña electoral, definidos casi todos los binomios, cuando vemos programas sólidos (por lo menos uno) y otros que apenas son esbozos de unas buenas intenciones; ahora corresponde imaginar qué ha pasado en el ejercicio de la política: desde dónde hemos partido y a dónde estamos llegando. No solo hay que pensar en los políticos, a quienes enfrentar, confrontar o derrotar. La política se expresa en ellos, pero hay sustancias que desde ellos y hacia ellos alimentan un proceso que está por encima de ellos.
Antes valdría la pena poner por delante la siguiente reflexión de alguien que siente la política desde el pensamiento y el arte para imaginar lo que en realidad podemos hacer en estos días cuando escuchamos a los candidatos:
“Renuncié a las ciencias, pero a la política no he podido porque como ciudadano que soy tengo que asumir posiciones y la política me interesa. Me atrevería a decir que en los últimos tiempos cada vez pienso más en la política, si se quiere, de una manera poética. Parece que la poesía y la política estuvieran muy lejos, pero para mí no.
Para mí la poesía es la búsqueda de la plenitud de la vida y de sentir la vida, tal vez de ordenarla de la mejor manera, de disfrutarla y de agradecerla. Y pienso que hacia eso debería tender la política, a buscar la felicidad humana, la concordia, el equilibrio, a buscar inclusive la belleza de la vida social. Desafortunadamente en nuestro medio estamos demasiado lejos de eso.
Nuestros políticos saben muy poco de política porque saben muy poco de poesía y porque saben muy poco de belleza. No creen que la belleza sea necesaria, pero es que ciudades sin belleza son infiernos. Oficios sin belleza son esclavitud. Administración de los recursos sin una idea de belleza casi siempre es corrupción o deformación de la vida social”.
Lo dice William Ospina, un ensayista y novelista colombiano en una entrevista publicada hace casi seis meses en el diario El Colombiano, a propósito de su última novela. Ante esta reflexión caben varias puntualizaciones que están haciendo falta en nuestra política (la de Colombia tiene semejanzas, pero condimentos muy particulares que nos diferencian, mucho más si por acá no hay un conflicto armado ni una derecha portadora de ideas tan novedosas).
En lo fundamental, aparte de la desdramatización urgente, nos hace falta ese factor poético y estético para poder generar la pedagogía política necesaria para nuevos tiempos y para nuevos electores. El mismo Ospina lo dijo este viernes en Telesur: “La política no basta, la cultura es fundamental”.
La política es una herramienta de transformación cultural y para ello le hace falta (a la política) imaginar otro escenario de vida. Esa herramienta no debe solo imaginar un desarrollo y cambio económico, sino en otro modo de vida sin ajustarse al mercado y al consumo como valores trascendentes. Un cambio cultural conlleva nuevos relatos, narrativas, otras (nuestras) epistemologías y, sobre todo, una revolución ciudadana para ciudadanizar revolucionariamente la política.