No cabe duda de que las tensiones sociales en todo proceso de cambio son fiel expresión de las intenciones de modificar patrones estructurales a los cuales nos vemos sometidos consciente o inconscientemente cada uno de los ciudadanos. Estas tensiones sociales se visibilizan mejor cuando el viejo poder oligárquico se ve seriamente debilitado por nuevas fuerzas emergentes, que pueden o no ser “progresistas”. Cada situación de tensión brinda la oportunidad para un sinnúmero de individuos las posibilidades de aparecer en la esfera de lo público con el objetivo de disputar el campo de fuerzas político. Ahora este aparecer en lo público implica someterse a una gama infinita de miradas morales por parte de los ciudadanos. Entre esos que buscan el reconocimiento como actores políticos están los propios “analistas” y sus análisis, aunque no coincidan, necesariamente. Un caso podría ser el de los últimos informes de la pobreza que por ahí circulan con carácter internacional. Se ha creado una polémica política entre lo que dice el índice de la pobreza y su difusor. No quedan dudas, después de hacer un seguimiento, cuando el analista se presenta en determinados medios de comunicación y presenta los resultados, el índice, y su propia interpretación. No necesariamente coinciden. Y la no coincidencia radica en los intereses y motivaciones que hacen que los datos no sean simétricos a la posición política del investigador. No necesariamente deben coincidir. Lo que llama la atención es la politización de los datos con los objetivos de constituirse en un ventrílocuo de lo que, supuestamente, la sociedad no solamente carece, sino demanda. Este ventrílocuo, de pronto, habla por todos, expresa adecuadamente las demandas sociales y, lo que es peor, emerge, cree constituirse en un baluarte de la democracia; para lo cual se sustenta en que el índice presentado es metodológicamente lo más avanzado, en consecuencia, fiel reflejo de la realidad. Nadie pide que el cientista social no tenga posición política, lo que no se acepta es pretender moldear la realidad a sus concepciones y hacerlas pasar por la realidad y, peor aún, la verdad tal cual. Es común que de esto salgan precandidatos, pre, porque deben hacer uso de las tarimas públicas para entrar en las listas de las maquinarias electorales y que casi siempre son cooptados por los viejos grupos estamentarios. Entonces las variables investigativas, dependientes, independientes, etc., se convierten en las variables del potencial candidato y su moral salvadora. Lo interesante de esta mutación es que estar en la izquierda o en la derecha no es relevante, sino su afán, su sed, de ser reconocido. Lo lamentable como país es que no logramos multiplicar la estructura organizativa popular frente a las maquinarias electorales.
Abundan los candidatos sin base social alguna.