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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Las revistas culturales o un trozo de kriptonita contra la muerte

30 de octubre de 2015

Cuatro años de vida de un suplemento cultural siempre será un motivo para el júbilo. Por eso, vale la pena felicitar el esfuerzo de cartóNPiedra que, a lo largo de 209 ediciones, ha logrado consolidar un espacio para la información y el ejercicio crítico, que son pilares fundamentales, no solo para la cultura sino para la democracia.

En el número conmemorativo se incluye un artículo titulado ‘El tiempo de vida de las revistas culturales’, en el cual se hace una revisión, bastante general, sobre la existencia de revistas culturales en Ecuador. Lamentablemente, hay varias imprecisiones y, lo que es peor, omisiones. Es cierto que las revistas culturales en América Latina, y en el mundo, se caracterizan por ser efímeras. Pero no tanto, como para olvidarlas y desconocerlas.

Por razones de espacio, solo voy a mencionar algunas -no todas- de las revistas independientes que han configurado la historia cultural del país, y particularmente de Quito.

Pero primero una precisión. Editorial El Conejo, como parte de su estrategia editorial, decidió publicar el suplemento La Liebre Ilustrada, que circuló con El Comercio. Tuvo una notable acogida, al punto que se decidió crear un suplemento para  Guayaquil, denominado Matapalo, con Carlos Calderón como editor; y uno para Cuenca, llamado La Catedral Salvaje, con Fernando Balseca como editor. Y posteriormente, uno de género, La manzana de Eva, dirigido por Alexandra Ayala.

Al interior de El Conejo se dieron desacuerdos y Diego Cornejo y Javier Ponce abandonaron la editorial, por lo que circularon, durante un buen tiempo -para alegría de los lectores-, dos Liebres Ilustradas; la una con El Comercio y la otra con el diario Hoy. Luego, y ya bajo la dirección de Xavier Lasso, El Conejo publicó Palabra Suelta, cuyo editor fue Abdón Ubidia.

Anteriormente ya habían circulado varias revistas culturales como Traffic, por ejemplo, que hizo época en la escena musical de esos años, dirigida por Roberto Aguilar. Para entonces ya estaba en circulación Mundo Diners, que acaba de llegar a su edición 400. En 1978 circuló la revista Artes, desde la galería del mismo nombre, dirigida por Alexis Naranjo y Javier Vásconez. También aparecieron Esquina, con Eduardo Zalamea, y años más tarde, en 1996, desde ese inolvidable espacio de encuentro y gozo, circuló Seseribó, contexto, dirigida por Roberto Rubiano.

En la literatura, luego de Pucuna y La Bufanda del Sol, apareció La Pedrada Zurda, editada por escritores radicales que pretendían subvertir el orden cultural de la reinaugurada democracia. Con la llegada de Miguel Donoso Pareja y sus talleres literarios, ocurre una eclosión de revistas. Primero fue La Mosca Zumba, que desde el ejercicio crítico fue un zumbido para las vacas sagradas literarias. Inmediatamente surge Matapiojo, desde la otra orilla, con la literatura como herramienta para la militancia política.

Luego irrumpe, pícara y juguetona, La Pequeña Lulupa -del tamaño de una cajetilla de cigarrillos- con la literatura como ejercicio de creación y “una dificultad adquirida”. Y cuando los talleristas tenían ya listos libros para publicar, surge Eskeletra Editorial, y con ella el periódico cultural Nuevadas, “un trozo de kriptonita contra la muerte”. Luego, como un salto natural, aparece la revista Eskeletra, del tamaño de un gigante, con innovación de formato y diseño, y de la que está a punto de circular una edición especial para celebrar sus 25 años.

Así, las revistas son también el fiel testimonio de su época y por ello, y más allá de su existencia efímera, son perdurables. (O)

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