No es exagerado decir que la confianza es la base del funcionamiento de una sociedad saludable. Se trata de un don y una entrega voluntaria que nos conferimos unos a otros para poder vivir juntos.
Nadie puede obligarnos a sentir confianza; de hecho, no hay nada más lejano a ella que la imposición. La confianza no se basa en el control ni en la tutoría permanente, la confianza es un acto de libertad que implica al otro, le confiere dignidad y le hace partícipe de la responsabilidad. Parecería que la democracia se sustenta en la confianza, que no es fe ciega, sino capacidad de respuesta recíproca, por tanto, una capacidad colectiva.
Se trata de un pacto tácito donde se producen las certezas; aquel marco de convenciones fundacionales de la existencia de una comunidad. Al confiar en las personas, también construimos la confianza en las instituciones que sostienen la acción.
Confiamos en que el automovilista respetará las señales de tránsito, pero también confiamos en la señal. Confiamos en el panadero al consumir el pan, pero también confiamos en el comercio. Confiamos en el maestro, pero también en la educación.
Así podríamos ir rastreando la huella de la confianza que une directa o indirectamente a todos los miembros de la sociedad. El debilitamiento de la confianza se traduce en corrupción y decadencia, en inseguridad, apatía e incivilidad. Y ese debilitamiento, en esencia, ocurre por la falta de honestidad, que no solo afecta los vínculos sociales de las personas sino al sentido de las instituciones que cristalizan la seguridad colectiva y permiten la libertad.
No es casual que entre las instituciones menos confiables esté encabezando la lista, las de la política, como un triste reflejo de la descomposición social, y por el contrario se allane el camino para que las estructuras de la desconfianza como las del mercado, por ejemplo, que responde a las fuerzas de la especulación, el beneficio individual y el lucro se erijan como las opciones más cercanas a la “naturaleza” humana, al mismo tiempo que aumentan la vulnerabilidad social frente al metapoder del capital. (O)