El uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, ha dado lugar a la socialización entre usuarios, que aceptemos amigos, conocidos y desconocidos tan solo con un solo clic. Por lo que, no conocemos cuántos de estos “amigos”, podrían convertirnos en sus víctimas, peor aún si estos son alguien cercano a nosotros.
Si bien es cierto Twitter y Facebook, dan luz verde a que sus usuarios denuncien si están siendo víctimas de alguna forma de agresión por malos usuarios. A pesar que esta política, tiene sus dos instancias, la primera infracción cometida, es el llamado de atención y si reincide podría ser hasta expulsada y cerrada su cuenta.
Sin embargo, esta última política, deja al acosador, al libre albedrío para que al menos una vez, ataque a su víctima. Muy contrario, ésta debería ser cortada de raíz a la primera insinuación de deshonra e intimidación a una persona. Por ejemplo, un hecho suscitado a una profesora de colegio que fue víctima de la ciber humillación.
El nombre de la profesora Juanita, quien pidió su anonimato había creado su cuenta en Facebook, sin imaginar que uno de sus estudiantes fue quien le ridiculizó. El estudiante crea un perfil con un nombre ficticio, llamado Luis, haciéndose pasar como un ex estudiante. Su primer paso, era que le acepte como su amigo en Facebook, y estar en su lista como los demás amigos.
Como la profesora no frecuentaba su cuenta de Facebook, su muro se iba llenando de mensajes de mofas cínicas en su contra y compañeros. La profesora al revisar su cuenta encontró un sinfín de mensajes humillantes en su contra. La víctima no reaccionó, sino que indagó por la forma de escribir de quien podría ser los mensajes, de este modo dio con el autor material delatado por sus compañeros de clase.
El desenlace de este caso hizo que la profesora converse con sus estudiantes y el supuesto implicado. No con el ánimo de lastimar al agresor sino de educarle, que las redes sociales nadie tiene derecho agredir a otras personas. Además, esto nos deja a nosotros como profesores una enseñanza, el no perder el control en el aula de clase o tomar represalias de quien nos hace daño, sino primero cuidar nuestra ética profesional y moral.