Cuando Leonardo Da Vinci tenía alguna moneda, recorría los mercados populares de Florencia para comprar aves enjauladas.
Después de liberarlas, despedazaba las jaulas y, en el único acto de violencia verbal que se le conocía, insultaba de la peor manera a los vendedores y compradores de aves. “Algún día maltratar a un animal, será un delito, como si fuera un ser humano.”, decía este personaje rodeado de tantas sorpresas.
Pero sin duda, entre lo más impresionante, aunque menos conocido de Leonardo, están sus profecías. Parecen un viaje en el tiempo. Estos son algunos ejemplos:
“A los animales les cortarán las gargantas y los descuartizarán bárbaramente para alimentar a millones.”
Y así describe la migración: “Multitudes humanas serán transportadas por el aire y muchos llorarán por la lejanía de amigos y familiares.”
En lo que se considera una crítica religiosa, dice: “Muchos abandonarán el trabajo y la pobreza, para vivir en espléndidos edificios, pregonando a la vez que ellos son humildes y que la pobreza es mandato de Dios.”
Sobre las monedas electrónicas: “El dinero será invisible y será el triunfo para quien lo maneje.”
¿Y esto será la energía atómica? “De un principio tan pequeño que es invisible, surgirá una fuerza imposible de imaginar, que podrá cambiarlo todo.”
¿Y esto, el petróleo? : “De los fosos de la tierra saldrá algo que originará trabajos y sufrimientos a todas las naciones, para poderlo tener.”
Y, finalmente, una imagen de nuestra realidad: “Los humanos se desplazarán sin moverse, hablarán y verán y escucharán a los que no están presentes y viajarán de un lugar a otro del mundo sin dar un paso.”
Ese era Leonardo: inventor, pintor, ingeniero, músico, deportista, geólogo, animalista, botánico, urbanista, arquitecto, matemático… Sus últimas palabras fueron: “Pido perdón. No hice todo lo que en verdad podía…”
En ajedrez, en cambio, siempre se hace lo que se puede. Y jamás se pide perdón.