Es verdad que los problemas no se solucionan con las luces y el brillo que las autoridades de las municipalidades colocan en las ciudades con las luces y los brillos que se descuelgan por las calles, avenidas, plazas, en la vera de los ríos, en los soportarles o también las que se ponen con tanto entusiasmo en las viviendas, en los edificios, pero debo decir que sí alegran el espíritu.
Hace poco caminábamos por Madrid y veíamos el despliegue de luces en las avenidas y en las plazas; los expertos haciendo gala de creatividad dibujan figuras, construyen alegorías, que se quedan grabadas en las retinas y aportan con un poco de calor en el corazón.
Apenas en los días pasados, caminamos por la explanada al lado de la Municipalidad de Guayaquil y algunas otras zonas de la urbe porteña y convivimos con la gente que se arremolina para ver las luces, para maravillarse con las réplicas y alusiones a las películas, con los personajes, algunos dotados de movimiento, que adornan las plazas y las calles.
Sabemos que Cuenca y también Paute, Gualaceo, Chordeleg hacen gala de las decoraciones navideñas que echamos en falta en la capital de los ecuatorianos.
En Colombia son ya tradicionales las iluminaciones gigantescas a orillas del río en Cali, y también las que se hacen en Medellín y en otras ciudades. Claro está después las luces desaparecen y queda la cruda realidad, pero también hay que reflexionar en que se genera empleo, se mueven recursos y se alegran los corazones con la explosión de colores, los niños y los mayores se maravillan con lo que la técnica y la imaginación pueden conseguir.
Son mis deseos que la alegría y el brillo de las Navidades, perduren todo el nuevo año.