Historias de la vida y el ajedrez
Las locuras secretas e inocultables de García Moreno
Los encuentros más sorprendentes se pueden dar en un manicomio. Eso le pasó al expresidente José María Velasco Ibarra. En el año de 1935, allí, tras las rejas del Hospital Mental San Lázaro, en Quito, vivió una experiencia preñada de historia y de sorpresa.
Velasco Ibarra había trabajado un tiempo en aquel asilo mental. Y en su primer período presidencial decidió visitarlo en plan de remembranzas y para ofrecer ayuda a la institución. En el patio de los enfermos más entrados en años y más pacíficos, el médico acompañante le señaló a uno de los pacientes.
“Mírelo bien y dígame quién es”.
Velasco Ibarra palideció, se acercó al hombre que lo miraba desde un silencio imperturbable y se restregó los ojos sin creer lo que estaba viendo.
“No puede ser” -dijo Velasco Ibarra- “estamos en 1935 y este hombre murió asesinado en 1875… hace ya sesenta años… no puede ser, pero es Gabriel García Moreno. Es su doble perfecto”.
El médico le aclaró: “Sí, es el doble perfecto de García Moreno. Pero no es su hijo. Por lo menos, no su hijo legal. Es el hijo de Faustino Rayo, el asesino de García Moreno”.
“No entiendo nada”, dijo Velasco Ibarra. Entonces el médico le explicó la historia: Faustino Rayo, el colombiano que mató a García Moreno, llegó a Ecuador en una época convulsa. Aquí tomó las armas y se convirtió en hombre de confianza de García Moreno, famoso por su fanatismo religioso.
Entre las devociones de García Moreno estaban las mujeres, sin importar que fueran casadas o ajenas, con tal de que fuesen bellas. Y Faustino Rayo estaba casado con una colombiana que cortaba la respiración. Cuando García Moreno la descubrió decidió que Rayo debía adelantar misiones de extraordinaria importancia. Pero no en Quito, sino en el Oriente ecuatoriano, metido en lo más inhóspito de la selva, durante meses y meses.
La esposa de Faustino Rayo quedó en embarazo y nació un bebé al que bautizaron José María, y sobre el que Faustino Rayo tuvo dudas. Entonces llegaron las conspiraciones políticas y Rayo, lleno de decisión, de rabias y sospechas, comandó la acción para terminar con la vida del presidente. “¡Muere, maldito jesuita, hipócrita!”, repetía Rayo mientras descargaba los machetazos fatales sobre el tirano. García Moreno y Rayo murieron ese mismo día.
A la mujer de Rayo la llevaron a la cárcel con su hijo recién nacido. Ese niño, con los años, cambió su apellido Rayo por el de su abuelo Lemus, para evitar ser reconocido. Pero nunca pudo cambiar en su rostro el delator parecido con García Moreno.
En ajedrez, también, el golpe llega porque llega y se impone la verdad: