Aunque los sondeos han estado presentes en los procesos electorales desde hace cuatro décadas, esta es la primera vez que empresas encuestadoras buscaron suplantar la voz de la institucionalidad, proclamando los resultados, bajo el blasón de la ciencia predictiva infalible, creando un antecedente nefasto para la democracia.
Hasta hace poco tiempo, los actores políticos visibles de una contienda electoral eran: el ‘pueblo’, los partidos y los candidatos, quienes progresivamente fueron sumando a la retórica técnicas más pulidas de persuasión desplegadas a través de los periódicos, la radio y la televisión. Sin embargo, esta vez la urdimbre fue más densa debido el despliegue de las redes y al rol abiertamente político, más que técnico, de los exit polls.
Los voceros de las encuestadoras actuaron como Fassman o el Oráculo de Delfos. José Mir Rocafort, Fassman, fue un mago e hipnotizador transformado en vidente por diario El Comercio en 1956, mediante una entrevista diseñada para que pronosticara el futuro político. ¿Por qué desde aquel tiempo un experto en ilusión óptica fue incitado a convertirse en diseñador del porvenir? En otro caso, ¿por qué los grupos políticos comenzaron a sentir la necesidad de anunciar anticipadamente resultados, si tradicionalmente los procesos electorales soportaron la incertidumbre? La respuesta parece estar alrededor del fenómeno del sufragio universal, que se consolidó de algún modo en la segunda mitad del siglo XX, politizando a los sectores populares y convirtiéndolos en un campo de poder coyuntural, constituido por miles de mentes, a las que había que ‘manipular’.
Es cierto que las encuestas pueden lograr a través de métodos certeros un reflejo de la tendencia del día en que hicieron las preguntas, dirigidas a un número de individuos, que constituyen la muestra. Pero en la mayoría de los casos, ese diagnóstico del momento está destinado a quedarse en el secreto. No hace falta mucho sentido común para concluir que, actualmente, el principal papel de las encuestas como herramienta política es diagnosticar con anticipación las tendencias, para crear o redireccionar las estrategias de campaña, con el propósito de preformar la opinión pública y encaminar la decisión de las mayorías. Se pretende, pues, la deliberada manipulación de subjetividades y emociones, capturar la voluntad de los indecisos, llenar el vértigo provocado por la incertidumbre y, finalmente, atrapar el ego triunfador, evitando la sensación de la derrota. Esto significa que en el fondo se despolitiza el proceso y la democracia es llevada a un ring donde se miden fuerzas, sin debate de ideas ni ideologías.
Por si el lector ha generado, en este punto, curiosidad por conocer más acerca del mago, remítanse a la sección De coles a nabos, de la legendaria revista La Calle, número 133, de carátula verde bellamente desteñida, donde encontrarán un recuadro en el que están inscritas las siguientes frases: Predicciones de Fassman, el “extraordinario hipnotista y vidente”, uno de los “magos más modernos”; “Velasco no será Presidente”, “no habrá reelección de ningún exmandatario”. La diferencia entre Fassman y las encuestadoras reside en que él habló desde el lugar de la ilusión, en calidad de mago falseador de la realidad; en cambio las empresas encuestadoras y sus voceros, no solo que proclamaron y suplantaron la voz institucional, sino que, además, asumieron el rol de sumos sacerdotes, dueños del secreto de la predicción, con el claro objetivo de disputar la credibilidad de los votantes.
La gente creía en Fassman, porque sabía que todo era una ilusión generada a partir de la velocidad de los movimientos, en combinación con la luz, el color y el drama. (O)