Este artículo no se trata de ningún texto de autoayuda; realmente es lo opuesto, intenta ser una denuncia de un mundo hostil al que estamos siendo sometidos y que sin chistar lo acabamos aceptando y cayendo en las enmarañadas redes de la denominada sociedad de la información. Que hoy necesitemos tener al menos como unas 30 ‘claves’ para sobrevivir en esta selva urbana de tecnología es aquello que algunos pensadores deberían dedicarse a investigar. Sería preciso dar cuenta de cómo cambian los patrones de comportamiento, los usos del tiempo, y los complicados mecanismos a los que tiene que recurrir la memoria para la tarea de recordar tantas claves con la finalidad de asegurarnos privacidad, acceso a recursos tecnológicos y seguridad financiera.
Por un lado, tenemos las claves para todo el complicado mundo financiero: consulta de estados de cuentas o transferencias de cuentas de ahorros, corriente, de tarjetas de crédito, de compras por internet, de avances de efectivo, de tarjetas de débito, etc. Si pensamos que una persona es titular de una o dos cuentas en bancos, más una o dos tarjetas de crédito y débito, resulta que debería estar ‘gestionando’ al menos como diez contraseñas distintas por este tema. Todo esto se duplica realmente porque debemos recordar nuestra clave de usuario o login, y nuestro password o contraseña. También tenemos las claves para nuestros deberes ciudadanos, por ejemplo para pagar impuestos al Estado, municipales, para acceder a los servicios de la seguridad social, y varios otros servicios, claves además que por su uso menos frecuente las olvidamos; aunque si olvidamos pagar impuestos ya sabemos las multas que se generan, y así debe ser, solo que las claves son las escurridizas.
Por otro lado están las contraseñas para el wifi, de acceso a computadoras, tablets, y celulares, el caso es que debemos recordarlas aunque no nos soliciten a cada momento. Ahora además tenemos nuestras cuentas de correo electrónico, algunas personales y otras institucionales, ya la cosa aquí comienza a complicarse puesto que si además tenemos cuentas en redes sociales como Facebook, Twitter, Skype, Instagram, el tema adquiere dimensiones descomunales. Si hacemos seguimiento académico a nuestros hijos, también debemos ingresar a sus registros y contar con nuestras claves ‘parentales’ y si los chicos aún son incapaces de recordar las suyas debemos hacerlo nosotros, y dependiendo del número de hijos, el número de claves crece como por un efecto de bola de nieve.
Los expertos nos recomiendan tener una buena gestión de nuestra información, esto significa que debemos utilizar varios dígitos y que para crear estas contraseñas debemos hacerlo con números y letras, y mejor aún si introducimos caracteres especiales de esos raros que tenemos en nuestros teclados, y la contraseña se vuelve más robusta todavía si utilizamos minúsculas y mayúsculas. Nos recomiendan que no utilicemos datos que sean fácilmente deducibles como fechas de cumpleaños o nombres de hijos o parejas. Como se imaginará, queridos lector y lectora, ya a estas alturas hemos perdido cualquier control mental de nuestras claves. Y, por si esto fuera poco, nos piden que no guardemos estas claves en nuestro computador, ni en el celular, ni tablet o peor aún en papelitos en el escritorio o billetera, pues podríamos ser víctimas de lo que se llama pishing, y que utilicen estos datos para dejarnos en banca rota, o descubierta toda nuestra información. Esto provoca que acabemos esquizoides en plena era de la (i)- racionalidad tecnológica e informática. (O)