Ladrones inocentes, gallinas y milagros

Uno de los milagros más famosos es, sin duda, es el de Santo Domingo de la Calzada, hace ya mil años. Una familia alemana, padre, madre e hijo, peregrinos por el Camino de Santiago, se alojó en un hostal. Allí, en la noche, la dueña del lugar entró a hurtadillas al cuarto del chico para tener sus favores amorosos. El joven la rechazó, y ella tomó venganza: escondió un candelabro de plata en su equipaje, lo denunció a la policía y lo acusaron de ladrón.

La condena fue inmediata y al chico lo ahorcaron enseguida. La familia lo encomendó a Santo Domingo, y después de unos minutos, cuando se acercaron al joven que parecía ya sin vida, éste abrió los ojos y dijo que no lloraran, que el Santo le había devuelto la vida por su inocencia.

Felices, los padres visitaron al juez que lo había condenado para contarle el milagro de Santo Domingo. El juez, que en ese momento se preparaba para cenar un gallo y una gallina frita, se burló y dijo que el joven estaba tan vivo como las aves que estaban en su mesa.

Ante esas palabras del juez, el gallo y la gallina se levantaron del plato, se cubrieron de plumas, cacarearon y salieron volando. El juez, entonces, se hizo devoto de Santo Domingo, y ordenó construir una capilla. Por eso, en catedrales, iglesias, y monasterios dedicados al santo, aparecen gallos y gallinas, para recordar su milagro.

Ya lo decía Teyllar de Chardín, científico, filósofo y sacerdote jesuita: “Tengo una profunda fe, a pesar de los milagros.”

Esta historia real, pero increíble, nos hace tener fe en el ajedrez, porque aquí no existen milagros. Este es el reino de la razón. (I)

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