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El Telégrafo

La vida real

18 de diciembre de 2013

Las noticias que llegan de Uruguay, como todo de un tiempo a esta parte en Ecuador, polarizan las opiniones y sirven, como de un tiempo a esta parte todo en Ecuador, para que sectores de lado y lado critiquen al actual Gobierno de nuestro país.

Sin embargo, más allá de la crítica de los sectores interesados en ella, observar los pasos que ha dado el país hermano en torno a la despenalización o legalización de ciertos aspectos de la vida puede ser ilustrativo y llevarnos a reflexiones profundas.

El aborto, el matrimonio igualitario y el consumo de marihuana son hechos que ocurren en la vida cotidiana de nuestros países. Y, a diferencia de otras transgresiones que sí son verdaderas agresiones al orden social y al respeto a la vida y a la propiedad, estas tres acciones afectan más bien a la vida personal de quienes las efectúan.

El aborto, el matrimonio igualitario y el consumo de marihuana son hechos que ocurren en la vida cotidiana de nuestros países.Consentir en que estas acciones dejen de estar penalizadas por la legislación al uso en un determinado territorio habla no solo de una apertura mental, sino además de un respeto a la esfera de la vida personal de los individuos. Porque, si bien desde visiones religiosas y moralistas las tres acciones serían ‘incorrectas’, en la realidad forman parte no solamente de la vida de cada día, sino que además son, y siempre sin quitarles una cierta dimensión trágica, sobre todo en dos de ellas, maneras de asumir hechos de la vida que no dejan otra salida, al menos dentro de determinados parámetros.

Las noticias afirman que desde que se despenalizó el aborto, en Uruguay han caído totalmente los decesos por abortos practicados en situaciones de clandestinidad y, por lo mismo, inseguras, cuando no francamente sépticas. En relación con el matrimonio igualitario, si bien no es más que la formalización de uniones de hecho que ya existían, y de profundos afectos antiguamente tratados como delitos o pecados, su reconocimiento social añade un tono de respeto a las diversas orientaciones de la naturaleza en el campo del amor de pareja y la sexualidad. Y sobre el uso de cannabis o marihuana, se procede a desmontar el espantoso y criminal negocio del narcotráfico, aunque sea en una de sus más populares ramas.

Hay un lugar de la conciencia en donde ninguna ley puede ni debería pretender penetrar. Más allá de erigirnos en jueces de lo ‘bueno’ y lo ‘malo’, vivir y dejar vivir la vida real nos señala ese signo de apertura y permite que los gobiernos y las personas se ocupen, en comunidad, de lo que realmente nos compete a todos y a todas.
Bien por  Uruguay.

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