Al principio fue la situación de Grecia. Un endeudamiento que sobrepasa el 140% de su PIB puso en alerta a la banca europea ante la posibilidad de que el país helénico se declarara en default, lo que impactaría en la estabilidad del euro y su zona de influencia. En la segunda parte del salvataje se deben entregar 110 mil millones de euros de los cuales el 30% será aportado por el Fondo Monetario Internacional, viejo conocido de América Latina.
El ambiente que se siente en el Viejo Continente se asemeja al que vivimos en Latinoamérica a partir de la década de los 80, cuando México declaró que no podía atender el pago de su deuda. Al momento, mientras se discute la forma de continuar con la ayuda a Grecia, surgen puntos de vista que difieren acerca de la modalidad del rescate. En este punto se enfrentan Alemania y el Banco Europeo. Algunos plantean un tratamiento de la deuda parecido al de los bonos Brady en Ecuador, lo que implica una renegociación que la reemplace por bonos a plazos mayores, además de una discreta disminución de su monto. Los financistas europeos se muestran reacios, pues temen, con razón, que aquello sería tomado como ejemplo por los demás países que se encuentran en condiciones parecidas.
Italia comparte con Grecia el alto nivel de endeudamiento, el cual es seguido en mayor o menor porcentaje por Irlanda, España, Portugal y Francia, sin dejar fuera a Gran Bretaña.
Es muy alto el precio del empréstito concedido a Grecia. Un draconiano plan de ajuste hace recaer el peso de la crisis sobre el griego común, a quien le recortan puestos de trabajo, salarios y pensiones, atención de salud y educación; le incrementan el tiempo de trabajo para obtener la jubilación y le expropian soberanía con las privatizaciones exigidas, además de otras exacciones que casi guardan semejanza con las contribuciones de guerra que el Tratado de Versalles impuso a la Alemania vencida después de la I Guerra Mundial, con los resultados que conocemos.
Toda Europa está convulsionada. El movimiento de los “indignados” demuestra claramente que los jóvenes, además de los trabajadores y ciudadanos en general, se niegan a perder el estado de bienestar característico de la Unión Europea.
El problema es sistémico y el recetario neoliberal provocará mayor recesión. La organización política actual no
responde a las necesidades de Europa. Se requiere un cambio de fuerzas con nuevas visiones que prioricen la vida antes que los compromisos con la banca.