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El Telégrafo
José Gonzalo Bonilla

La utilidad de la inutilidad

23 de septiembre de 2021

Estimados lectores no sé si a ustedes les ha pasado lo mismo que a mí, pero con la estabilización de la pandemia y el retorno a la presencialidad en las escuelas y universidades, tengo la sensación de que todo el mundo piensa que la educación tan solo debe cambiar incorporando las nuevas tecnologías de información y comunicación al servicio del saber útil y práctico. Piensan que solo de esa manera se fortalecerá una formación dirigida hacia la rentabilidad del saber. Como si tan solo lo útil es digno de ser conocido.

No sé si a ustedes les ha pasado, pero tengo la sensación de que se está impartiendo el saber como si se repartiera el mismo alimento para todos los pollos. Es decir, el mismo balanceado para crecimiento y engorde de los pequeños bípedos que les permita cumplir con su apretado ciclo vital. Todos comen lo mismo, digieren lo mismo y producen lo mismo.

No sé si a ustedes les ha pasado, pero tengo la sensación de que el sistema educativo ha abandonado su capacidad crítica. Los estudiantes se tragan cualquier piedra de molino siempre y cuando no les resulte mayor esfuerzo. Lo que interesa a las nuevas generaciones y a sus padres es la obtención de un título profesional. De esto no son tan culpables o responsables solo los jóvenes. Es todo el sistema en su conjunto.

Los educadores se han tornado en un engranaje más de esta máquina que produce profesionales. En su mayoría, los maestros se hallan acoquinados frente a los clientes en los que se han convertido hoy en día los estudiantes. Y como dentro de esta lógica, se dice “el cliente siempre tiene la razón”, los profesores tienen pánico a la evaluación de sus consumidores. El sistema educativo, para ello, ha renunciado a desarrollar el pensamiento crítico para dar paso a la formación de futuros consumidores. La educación se olvidó de formar ciudadanos.

Y es que si la meta es desarrollar tan solo aquellos contenidos que son “útiles” se entiende el porqué hemos renunciado a la enseñanza de la literatura, la cívica, la historia, la ética…

No sé si ustedes están de acuerdo conmigo, pero una de las explicaciones de la insensibilidad de las nuevas generaciones frente a todas las aristas de la corrupción: política, económica y moral debamos acusar a todos los niveles de la educación. Al haber renunciado a la reflexión y a la práctica sobre los valores de la democracia, de la solidaridad y de la justicia hemos dejado el campo libre para la generación de antivalores…

No sé si ustedes están de acuerdo conmigo, pero todo parece indicar que la educación está orientada hacia un único resultado: la obtención de un título. Todo indica que nos hemos olvidado de vivir la educación como un proceso. Parafraseando al poeta griego Constantino Kavafis en su poema Ítaca, nos hemos olvidado de disfrutar el camino del aprendizaje y con ello, hemos anestesiado la capacidad innata de asombro que deberían tener todos los seres humanos.

“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/ pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias. / No temas a los lestrigones ni a los cíclopes/ ni al colérico Poseidón, / seres tales jamás hallarás en tu camino, / si tu pensar es elevado, si selecta/ es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. / Ni a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al salvaje Poseidón encontrarás, / si no los llevas dentro de tu alma, / si no los yergue tu alma ante ti.”

Kavafis nos hace pensar reflexionar la utilidad de la inutilidad. Lo útil no es tan solo el resultado sino el camino de descubrimiento y asombro que debemos transitar.

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