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El Telégrafo

La unidad del pueblo ecuatoriano y sus enemigos (5)

07 de abril de 2012

La diversidad cultural solamente es una fortaleza cuando las personas y las diversas culturas reconocen los valores comunes que las unen y están comprometidas a dialogar y trabajar por objetivos superiores, dejando en un nivel inferior los intereses egoístas y particulares. Las comunidades y nacionalidades que sobrevaloran lo singular, lo particular y singular, tienden a la fragmentación nacional. Lo personal, local, provincial y regional son dimensiones que forman parte de la unidad nacional. El egocentrismo, el localismo, el provincialismo y el regionalismo son enfermedades mentales socioculturales y políticas que obstaculizan a las unidades superiores del desarrollo social.

El principio de la interculturalidad es el reconocimiento de que toda persona y cultura tienen valores que deben ser respetados y en un diálogo fecundo producir un enriquecimiento mutuo. Implica incorporar otros valores que no han formado parte de la cultura que nos ha tocado vivir. La interculturalidad, de precepto constitucional y Ley de Educación, debe pasar a ser cultura viviente del pueblo ecuatoriano y de las relaciones internacionales.

El reto es ir más allá de lo que somos, ampliar las perspectivas mentales y culturales e incorporar lo mejor de los otros. En la medida que la mayoría del pueblo ecuatoriano, en las diversas comunidades, se une a trabajar para vencer los grandes problemas y cumplir los grandes objetivos nacionales, se avanza en el desarrollo de la conciencia y la unidad nacional.

Lo peor que le puede suceder a una comunidad y país es que se unan, gobiernen y administren los enemigos de los bienes públicos. Si gobiernan los ruines, mentirosos, privatizadores, los que son comprados en sus decisiones públicas, los evasores de impuestos, los que se consumen los presupuestos públicos tan solo en sueldos y no en servicios, los sirvientes de las empresas criollas y transnacionales que no cumplen sus obligaciones con las instituciones públicas, el patrimonio público queda repartido, en ruinas y contaminado.  

Deben estar unidos los honrados, sencillos, patriotas, austeros, los más pobres y explotados, los fraternos y cooperadores, los amantes de la verdad y de la vida sana, los servidores públicos, los que viven de un trabajo honrado, los que hacen voluntariado social, los que más saben, los pacifistas y los que luchan por salvar a la humanidad y la naturaleza de su destrucción. Los valores superiores deben gobernar a los antivalores.

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