La trata de personas es un problema mundial y uno de los delitos más vergonzosos que existen, ya que priva de su dignidad a quienes son víctimas frecuentes como niños, mujeres y hombres a los que se los somete a situaciones de explotación.
Y claro que el tema lo traemos a la columna por lo que fue noticia en estos días en la ciudad de Loja cuando se descubrió la presencia de menores de edad de nacionalidad venezolana que al parecer son víctimas de ese delito horrendo que es el tráfico de personas, de reciente data en nuestro país y que nos despertamos en la década pasada, justamente cuando fue noticia mundial que niños indígenas otavaleños estaban en las calles de Caracas pidiendo limosna, no por necesidad sino por obligación y en nombre de un Dios que no les escuchaba como lo que está pasando con los niños de Loja.
Esos niños venezolanos dice la nota de prensa, son alquilados para exhibirlos y en nombre de su rostro y su edad provocar la caridad de los transeúntes o de los que conducen vehículos, porque están apostados en calles y avenidas, esperando la conmiseración.
Si bien la forma más conocida de trata de personas es la explotación sexual, cientos de miles de víctimas también son objeto de trata con fines de trabajo forzoso, servidumbre doméstica, mendicidad infantil o extracción de órganos. Y ese es el cuadro que se da descubierto en Loja: mendicidad infantil.
De acuerdo a nuestra legislación penal, y en lo que atañe al tema de comentario, constituye explotación, toda actividad de la que resulte un provecho material o económico, una ventaja inmaterial o cualquier otro beneficio, para sí o para un tercero, mediante el sometimiento de una persona o la imposición de condiciones de vida o de trabajo, obtenidos de la explotación laboral, incluido el trabajo forzoso, la servidumbre por deudas y el trabajo infantil. Una forma más de aprovecharse de aquellos que se encuentran en situación de vulnerabilidad, por quienes hacen de la mendicidad un negocio.
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