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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

La tolerancia más allá de la metáfora

06 de octubre de 2015

Hay ciertas cosas en la vida que producen complacencia o a su vez malestar e indignación. Las personas multiplican determinados hábitos que se traducen en prácticas que influyen directa e indirectamente en el conjunto social. Entonces, las oportunidades anheladas no son exclusividad de las políticas estatales, sino de las actitudes y destrezas que la gente emprende en su pequeño mundo.

El ecuatoriano(a) tiene la particularidad de quejarse por el mínimo detalle o circunstancia, tras echar la culpa a los demás de los males existentes. Pero pocas veces hacemos el ejercicio de mirarnos al espejo y cuestionarnos -en una escena introspectiva- sobre el aporte cotidiano concebido desde nuestras individualidades. Exigimos respuestas contundentes por parte de la autoridad de turno para resolver problemas latentes, pero nos retrasamos en el pago de impuestos y de las tarifas de los servicios básicos. Somos campeones para el comentario ligero y la calumnia, pero no admitimos que nos vean nuestras propias costuras. Somos impuntuales. A ratos actuamos de manera descortés y muchas veces con arrogancia.

¿Y qué decir de la falta de solidaridad entre vecinos? Aquello que se conoce como valores, cada vez van quedando en el baúl de los recuerdos, o tal vez en los buenos tiempos de nuestros abuelos. Sin embargo, del torrente tecnológico y del avance científico en la era contemporánea, las relaciones interpersonales carecen de sentimientos elementales para una adecuada convivencia.

Los ideales son reemplazados por la chequera. Los afectos son cubiertos con la tarjeta de crédito. Ahora no se aprecia el paseo dominical ni el almuerzo familiar. Menos la consideración al otro(a). La ternura se torna una palabra anticuada, en una comunidad en plena decadencia. No hay lugar para la contemplación. Por eso, es penoso atestiguar la violencia en las calles, el reclamo insolente del conductor(a) de tránsito, el maltrato intrafamiliar, el descomedimiento del adolescente con el adulto mayor, la ‘viveza criolla’ supurando en la burocracia y en la empresa privada. Una amalgama de sucesos y hechos que giran en un círculo vicioso en medio de una lamentable descomposición social.

¿Y respecto de la tolerancia? Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Esto a propósito de un exabrupto en contra de una chica menor de edad, concursante en un reality show en donde las integrantes del jurado calificador hicieron gala -a más de su mediocridad- de una intransigencia a toda prueba, con lo cual se corrobora hasta la saciedad que la televisión nacional anda por malos caminos.

En Fresa y Chocolate se develan los prejuicios frente a la diversidad sexual y las complejidades del hombre ante los dogmas. Su narrativa es una apuesta por aceptar la pluralidad y reivindicar en todo momento la ansiada tolerancia como mecanismo civilizador. En sociedades como la ecuatoriana, es acertado anhelar la metáfora de aquel abrazo final de los dos protagonistas de esta película cubana basada en un cuento de Senel Paz. (O)

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