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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

La tendencia regional

06 de junio de 2016

Al parecer el ciclo electoral ha empezado sin pena ni gloria. Las candidaturas con piola asoman en algunas partes y el partidismo que otras veces aparecía como auspiciante de los nombres más remotos e inocuos tampoco se hace cargo de ninguno. La orfandad electoral acusa un grave síntoma: la política, incluso en su peor versión, ha perdido peso y apenas la ventriloquía prestada de viejas arengas ocupa su lugar. Nada nuevo.

Alguien dirá que el correísmo arrasó con todo y casi nadie atina a levantar la ceja para ofrecer algo distinto. Pero es extrañísimo, porque precisamente ahora -dicen- asistimos al ‘fin de la década perdida de la Revolución Ciudadana’; empero ni el discurso ni los apellidos de ensayo electoral encarnan, por lo menos, una arista del nuevo desafío de Ecuador. Por el contrario, varios son delegados forzosos de las formas del pasado y/o figuras vacías de la grandilocuencia decimonónica. O sea, nada nuevo bajo el sol.

En semejante atmósfera las preguntas abundan; porque no se trata solo de candidatos viables y con posturas y programas de gobierno que corten de un tajo la mala educación correísta, por decirlo de cierta manera, sino de la comprensión cabal de lo que es y se construye como democracia aquí y ahora; y esa comprensión -y praxis- como nunca, se ajusta a ideas y acciones internas, y a innegables corrientes externas.

El Ecuador, desde hace una década, es parte de una tendencia regional que trasformó algunos ritos del poder y abrió la compuerta de la reciente práctica global: los Estados deben construir canales de integración más allá de lo económico. Tal suceso volvió imperativo cambiar las nociones locales de política, economía y democracia. Así, nuestra responsabilidad pasaba por establecer alianzas de bloques y dar paso también al multilateralismo internacional, moviendo deliberadamente los contactos ideológicos y comerciales de los grupos internos y sus pares externos. El grito llegó hasta el cielo y la diplomacia tradicional fue la primera en negar las posibilidades de otro estándar político y económico, y los personajes criollos de inmediato denunciaron el ¿potencial? peligro de negociar con los enemigos de sus amigos.

El tiempo ha dado la razón al escenario regional y global. Pero los viejos sectores fueron hallando aliados entre los curtidos neoliberales del vecindario y otros continentes, y hoy la lucha -en cada país- por desterrar el progresismo y su estrategia regional recomenzó desde el tinglado mediático, judicial y parlamentario. Las coincidencias en Argentina, Brasil, Bolivia y Venezuela sugieren mucho; e incluso resucitar a la OEA sirve para deslucir a Unasur.

Por primera vez lo que pasa afuera es una carambola hacia adentro. Sin embargo, los opositores de aquí, apenas toman lo fácil de la maniobra externa: discurso y retratos jurásicos. Les resulta embarazoso superar sus ambiciones y su endogamia política de derecha y de izquierda (si es que la divergencia aún existiera). Toca hoy dejar de aguaitar cuál es el cordero que la oposición lanzará al sacrificio, y fijar la atención en las ideas que tornan ineludible preservar la tendencia en la región y en nuestro país. (O)

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