El telefóno móvil es casi una extensión de nosotros mismos. El uso que hacemos del dispositivo, generando nuevos hábitos, está revolucionando también la forma en que nos comportamos y nos comunicamos.
Es el nuevo Mobile Lifestyle. Un estudio de la International Data Corporation reveló que el 79 % de las personas entre 18 y 44 chequea sus teléfonos móviles durante los primeros 15 minutos del día, antes que lavarse los dientes y desayunar. El porcentaje aumenta un 10 % entre los jóvenes que tienen entre 18 y 24 años. Cada usuario consulta el móvil una media de 150 veces al día y tiene un promedio de 7 aplicaciones instaladas.
Ecuador es uno de los países de la región que más ha aumentado el acceso a Internet; ; en los últimos 8 años, según reveló la última Encuesta de Condiciones de Vida del INEC, la penetración de Internet se ha elevado en un mil por ciento. Y esto se debe, en buena medida, a la expansión de la telefonía inteligente, pues ya hay en el país 1,9 millones de smarthphones en uso.
El móvil, y el uso de determinadas aplicaciones, facilitan la acción y el empoderamiento ciudadano. De multitudes inteligentes a ciudadanos inteligentes. Las aplicaciones se han convertido en una vía para aproximar personas con intereses comunes a través de la tecnología y resolver sus necesidades reales a partir de la propia iniciativa individual. Según un artículo del Banco Mundial, en el año 2014, más de mil desarrolladores de nueve países (Bangladesh, Haití, India, Indonesia, Japón, Pakistán, Filipinas, Estados Unidos y Vietnam) participaron en 11 hackathons sobre catástrofes naturales.
¿Pueden realmente ser útiles las aplicaciones en situaciones de caos? Ante cualquier escenario de catástrofe, sea por causas naturales o no, las primeras acciones, después de asegurar la propia supervivencia, tienen que ver con la información y la comunicación. Conocer qué ha pasado y saber dónde y cómo están los seres queridos es una de las primeras demandas. Así sucedió en el último terremoto chileno ―uno de los más fuertes, de este año, en el mundo y el sexto en la historia del país―, al constatarse el notable aumento en el uso de las aplicaciones de mensajería instantánea y las redes sociales con esta finalidad.
En Chile fue también la primera vez que Facebook activó su sistema Safety Check en Latinoamérica, el cual ya se había probado tras el sismo de Nepal de principios de año. Está aplicación, a través de un sistema de geolocalización, identifica a los usuarios que pudieran estar en peligro, se les consulta sobre su situación e informa a sus amigos con notificaciones que indican que está «bien y fuera de peligro». Al mismo tiempo, la red social elabora una lista con los usuarios que no han registrado su estado con el fin de identificar posibles damnificados.
Años atrás, ante los devastadores efectos del terremoto de Haití de 2010 ―el cual dejó más de 300 mil muertos y 1,5 millones de personas sin hogar―, Google lanzó Person Finder para ayudar a encontrar a víctimas y personas desaparecidas. Tiempo después, lanzaron Google Crisis Response, una herramienta mucho más completa que incluye imágenes de satélite, datos actualizados e información de albergues, centros de comandos y primeros auxilios.
El tercer gigante tecnológico que se ha comprometido con la gestión y prevención de las crisis naturales es Microsoft. El año pasado, en el marco del trigésimo aniversario del terremoto en la Ciudad de México en el 1985, la empresa informó de las diferentes aplicaciones que existen para alertar y/o ayudar a los ciudadanos ante un desastre natural. Una de ellas es SkyAlert, una aplicación que explica qué hacer antes, durante y después de un sismo, su intensidad y origen; y otra es Emergencias MX, la que facilita todos los números de emergencia necesarios en una situación de este tipo.
Las limitaciones de la mayoría de estas herramientas es que requieren de conexión a Internet (datos o wi-fi). Para superar este tipo de limitaciones, existe Firechat, una aplicación de mensajería instantánea que puede ser utilizada sin conexión o cobertura. Los mensajes viajan por bluetooth o wi-fi directo entre personas que estén, eso sí, a 70 metros de distancia o menos. «Firechat es útil en los países donde hay un gap entre el número de smartphones —que crece rápidamente— y la falta de inversión en infraestructura (cableado y antenas). Por eso la respuesta es buena en Filipinas, la India, y creemos que puede ser útil en Latinoamérica», explicaba Marina Azcarate, la representante de marketing de la empresa desarrolladora.
En momentos de crisis, la mensajería instantánea es la mejor opción, la que tenemos más a mano. WhatsApp tiene ya 900 millones de usuarios y en España, por ejemplo, el 98 % de los teléfonos inteligentes lo tiene instalado. En este contexto nació Alertry, una innovadora app que es similar a un WhatsApp de alertas de emergencias, que envía una alerta diaria y permite recibir todas las que estén alrededor del usuario. La participación ciudadana es su gran capital, ya que cualquier ciudadano que observe una emergencia, puede alertar a la población cercana; se evita la propagación de noticias falsas al difundirlas públicamente y éstas pueden ser contrastadas por las autoridades.
Algo similar ofrece el Sistema de Alerta de Emergencia (SAE) de Chile, el cual permite enviar alertas a los teléfonos conocidos en caso de riesgo de tsunami, sismos de mayor intensidad y erupciones volcánicas. Estas alertas son enviadas directamente por la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior de Chile (Onemi). La alerta sólo contiene texto y la clave es que el tono de cada emergencia varía de acuerdo a su ubicación. Algunas son notas de audio o video para las personas con alguna discapacidad visual y/o auditiva.
Otro ejemplo es Volcanes, una aplicación que informa sobre 2.000 volcanes registrados en su base de datos: actividad, ubicación geográfica, características (latitud, longitud, elevación, etc.). Además, cuenta con alarmas sobre el grado de contaminación de la ceniza.
En momentos de crisis, donde todos nos sentimos vulnerables, la tecnología juega un papel importante en labores de acompañamiento, información, colaboración… Los ciudadanos pueden implicarse de manera activa y de modo responsable, generando a la vez una cultura de la prevención y proactividad. Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de opciones, todavía queda mucho camino para sacar provecho al alcance e inmediatez que ofrecen estas herramientas digitales que pueden, en muchas ocasiones, contribuir a prevenir grandes desastres o, al menos, ayudar de manera efectiva y compartida a gestionarlas mejor. (O)