Partamos diciendo que el “body horror” u “horror corporal” es un tipo del cine fantástico, dentro del subgénero del cine de terror. Esta aclaración sirve para encuadrar el filme de la directora francesa Coralie Fargeat, “La sustancia” (2024), la cual, además, tiene una dosis de ciencia ficción. Así, sería una película de género híbrido que cuenta una historia que bien podría ser anodina, aunque es narrada desde el exceso.
Tal historia es la de una actriz de cine, con una estrella de la fama en Hollywood, la cual, bordeando la tercera edad, aún mantiene la atención pública en la televisión con un programa de aeróbicos. Anoticiada de que puede ser despedida por la empresa por su edad, obtiene una droga experimental, la sustancia, con la que podría regenerar su cuerpo.
Con esta historia, Fargeat pone en discusión cómo la industria del espectáculo lleva a que mujeres (y hombres), para no quedar fuera de la vista pública, acudan a cualquier receta para conservar su juventud. Claro está que los negocios de la cirugía estética, de las transformaciones corporales, de las ya afianzadas industrias de la belleza o de la moda, etc., están aludidos en “La sustancia”, donde se resalta además la crisis identitaria que caracterizaría a muchas de las personas que se desempeñan en el ámbito del entretenimiento, en tanto el yo no se siente emparejado con el cuerpo. Esto nos lleva a pensar en cómo el culto al cuerpo se ha tornado forzoso en el presente, no tanto, como diría el filósofo Gilles Lipovetsky, porque se relacione con el hedonismo o el placer, sino con una solapada carrera por no parecer viejo, cultivando el cuerpo joven y saludable.
En primera instancia, eso es lo que transmite la trama de “La sustancia”, con la derivación de que esta práctica moderna implicaría un problema por el que los individuos, insatisfechos de sí, de sus cuerpos, buscarían rehacerse, cambiarse y cargarse de prótesis, haciéndolos parecer una especie de monstruos esta vez muy bien maquillados.
Y es acá donde “La sustancia” tiene su giro. Así, de lo que trata la película, inscrito en el “body horror”, es de la tensión del yo en sus dos facetas: el ello y el superyó. En la teoría freudiana, el ello sería la faz pulsional, instintiva, agresiva, mientras el superyó encarnaría lo moral, lo ético, lo ideal, lo que controla a que el inconsciente no surja; ambas facetas formarían al yo de las personas, siendo este yo lo que se expone con el cuerpo, la conducta y, en cierto, sentido, la razón. Dicho de otro modo, todos los individuos, gracias a su yo, serían el resultado de esa lucha interior entre lo inconsciente y lo consciente, entre lo “bueno” y lo “malo”, entre lo “bello” y lo monstruoso”.
Lo que hace Fargeat en su filme es una sugestiva representación de este conflicto psicopatológico, sobre la personalidad de una mujer desesperada que busca no ser excluida del mercado del espectáculo (porque al final ella, su cuerpo y su fama, construidos por la industria cultural, son parte de la mercancía simbólica para lograr más adeptos a ese circuito). La droga o sustancia experimental que adquiere no le hace rejuvenecer; en sí la hace desdoblarse y hace que emerja, al inicio lo “bello”, y luego lo “monstruoso”. El cuerpo envejecido del yo de la actriz termina oprimido por el superyó tiránico; solo la voluntad de acabarlo lleva a que brote el monstruo que también se lleva adentro, monstruo multiforme y masa de todo lo reprimido.
Según lo anotado, “La sustancia” es una figuración simbólica de ese conflicto entre el ello y el superyó causado por el yo, el cual ansía reacomodarse en la sociedad del consumo. Habría que reconocer así que Fargeat no hace una lectura freudiana del yo, sino una que demuestra que todas las facetas del yo son en sí monstruosas. No habría un doble latiendo en el ser humano (más aún en las mujeres, fetiches de la sociedad del espectáculo y del consumo), sino una tripleta: el ser humano es monstruoso en sí mismo, solo que, en un caso, el monstruo represor (el superyó) trata de anular al monstruo instintivo (el ello); esto ocasionaría que en el yo individual esté embellecida la monstruosidad real. La directora invierte la fórmula freudiana, haciéndola inconsistente para la actualidad, sobredeterminada por la apariencia y la simulación, si leemos las tesis de Jean Baudrillard. Es decir, no habría bondad ni maldad, sino un perverso juego de máscaras.
De este modo, “La sustancia” es cruda, dada su estética estilizada, sus colores brillantes y la visión de amplios espacios que además se sienten vacíos. Sus personajes son abyectos, unos más que otros, y las situaciones que viven resaltan sus conflictos. La música refuerza el estatus psicopatológico de los personajes al punto de identificarlos en su monstruosidad. Cuando vemos “La sustancia”, presentimos al “Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Stevenson y “El retrato de Dorian Gray” de Wilde e incluso citas cinematográficas en lo estético (por ejemplo, Kubrick, Cronenberg o Lynch), las que derivan en recordar a “Carrie” de Brian De Palma (basada en una novela de Stephen King). Pero, pese a sus referencias intelectuales y cinematográficas, la película de Fargeat se nos antoja desmesurada, viciada de mucho efectismo; en otras palabras, todo su trasunto estético y visual hace que su mensaje sobre lo monstruoso-abyecto sea grotesco al punto de lo no creíble. Con todo, vale la pena quedarse con la lectura invertida y controversial de lo psicopatológico contemporáneo.