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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

La ‘solidaridad’ de América Latina

21 de julio de 2015

Varias veces me he referido al amesetamiento de la integración antineoliberal y a la pérdida del monopolio de las banderas del cambio en América Latina y en Ecuador. La crisis griega nos acaba de ofrecer otra prueba de lo poco que cuestan los eslóganes altisonantes y de la mucha prudencia que invade quien ocupa el poder. No estoy hablando de Tsipras, a quien no le ha faltado valentía, sino estrategia. Estoy hablando de América Latina.

América Latina siempre ha pedido mucha solidaridad. No lo ha hecho sin razón: se trata de una tierra que ha sido testigo de innumerables agravios históricos. Lastimosamente, no siempre ha sido beneficiaria del auxilio que pedía. En tiempos más recientes, Ecuador requirió el involucramiento de la comunidad internacional para un proyecto ambiental histórico, el de Yasuní, sin recibir otra cosa que cuatro palmaditas en el hombro. De las lindas palabras recibidas a diestra y siniestra, el país bien poco pudo hacer. El fracaso del proyecto llegó también a causa de la falta de apoyo mundial.

Ante la crisis griega, América Latina habría podido demostrar al mundo su visión de lo que es solidaridad. Gobernada en su parte meridional por diferentes gobiernos progresistas que han hecho de la lucha al modelo neoliberal una de sus batallas más visibles, la ocasión griega se prestaba para extender la mano a una población necesitada y para un papel histórico aún más importante: trabar los designios del capital financiero y acelerar el proceso de desintegración de la moneda única europea.

Sin embargo, las reacciones de los mandatarios latinoamericanos progresistas han sido de genérico apoyo hacia Grecia y de estéril entusiasmo tras la victoria del No en el referéndum del 5 de julio. El caso de Brasil es el más emblemático: Dilma Rousseff dejó en claro que, según ella, los problemas económicos griegos deben resolverse en el marco de la Unión Europea y descartó que el Banco de Desarrollo del Brics pueda prestar ayuda al país helénico. Rafael Correa y Cristina Fernández, en cambio, aprovecharon para lucirse por su gestión de situaciones parecidas en el pasado y extender consejos, sin ni siquiera considerar las particularidades griegas. A Morales y Maduro, el récord de las consignas más radicales.  

O sea, como nada. De los organismos internacionales de la decantada integración latinoamericana, ni una palabra en cambio, excepto un escarnio comunicado de la Alba emitido a finales de junio (es decir, hace tres siglos por los tiempos acelerados de los acontecimientos en Grecia y Europa). ¿No debían ser estos organismos los instrumentos de un renovado protagonismo latinoamericano en las relaciones internacionales?
Si hablamos de relaciones entre Estados, la solidaridad debe tener un componente concreto; de otra manera, es como un saludo a la bandera. Claramente, la interconexión del capital global hace ciertos pasos muy difíciles. Pero tampoco se me escapa que, en el caso de Ecuador, cierta prudencia se debe a un acuerdo comercial con Europa de dudosa utilidad para el país aún en suspenso. En fin, si dentro de la real politik no se toman los pasos para insinuarse en las contradicciones del capitalismo neoliberal, ¿de qué sirve la solidaridad con los pueblos? (O)

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