La derecha ecuatoriana tiene, hay que reconocerlo, coherencia. Por eso Blasco Peñaherrera Solah nos ha trasladado a por lo menos 20 años atrás. Veinte años es mucho, penoso, sería volver a vivir todos los traumas que empezaron con el gobierno de Sixto Durán cuando los controles al sistema financiero se relajaron y fuimos raudos, después de la aventura bucaramista, a la súper devaluación, el feriado bancario, la pérdida de la moneda nacional, todo obra de un hombre que nunca debió gobernar, peor después del grave incidente cerebral sufrido en Barcelona: Jamil Mahuad.
Hay que ser de verdad indolente para hacer semejante propuesta.
Volver a recordar lo que fue Lucio Gutiérrez y sus traiciones es cruel. Así que esa coherencia de cierta derecha es de mal gusto.
Blasco Peñaherrera se ha lanzado, tempranamente, a la palestra como queriendo pescar alguna candidatura. Y lo hace con ese anacrónico discurso regionalista, como si vivir en Quito fuera suficiente, como si Ecuador se agotara en los intereses de Pichincha.
¡Qué horror darle a Latacunga un aeropuerto! Y de ahí toman la posta algunos medios e intentan arrinconar al alcalde Barrera. Pero Barrera les ha dado una lección estratégica: el liderazgo de Quito debe ser político e intelectual, les ha dicho bien clarito, como para que no vuelvan por otra. Pero volverán, porque al pasado, ese que tanto añoran, a pesar de tanta miseria, se vuelve con la violencia de la sinrazón.
También Barrera ha puesto algunas otras cosas en su lugar, o ha corrido velos, y ha sido importante hacerlo para que otros ex alcaldes no se pasen de listos y ocupen el lugar que les corresponde, luego de haber sido parte de los peores traumas de la historia nacional reciente.
Pueden seguir en sus espacios, el negocio o el gremio, acumular dinero y poder, pero con discreción ahora que la historia recoge aspiraciones más amplias, ahora que no es cuestión de unos pocos, ahora que se recuperan palabras: inclusión, educación, sectores populares, buen vivir. Antes, con su democracia liberal, esa que el mercado convalidaba, solo alcanzaba para unos poquitos, siempre ellos ahí, sin que los demás tengan mínimas oportunidades.
Barrera ha sido inteligente y, sin alterarse, eso parece desde la frías páginas de un periódico de derecha, no ha aceptado una pugna absurda con el Presidente de la República.
Quito capital no debe ser solo decisión política administrativa; la capitalidad, sobre todo, es cultural, resumen de un ser nacional que acoge, en medio de enormes complejidades, todas las contradicciones e intenta procesarlas.