Sin duda todos recordamos aquel relato del libro de Génesis sobre la serpiente del Paraíso, cuando esta convenció con astucia y artimañas a la ingenua Eva, para que probara el fruto del árbol prohibido y lo diera luego a su compañero, bajo la expectativa de que serían igual que Dios. Esta simbología revela la torpeza y la ambición humana que nos lleva al extravío, víctimas de la manipulación de otros seres que por odio, envidia, celos, revanchismo o cualquier otro perverso sentimiento, manipulan a las almas débiles para perpetrar su maldad.
No se trata de aquel animal cilíndrico y alargado que se arrastra sobre su vientre y que todos conocemos en sus diversos tipos, se trata de la rastrera actitud de quienes no actúan de manera recta y frontal cuando por algún motivo se sienten inconformes con otros, sino que se esconden o parapetan detrás de terceros, para dar rienda suelta a sus mezquindades y malvadas frustraciones.
Hoy, al igual que en los albores de la población de nuestro planeta, el hombre está sujeto a los mismos acechos y posee similares características psicológicas, pues la astuta y manipuladora “serpiente” que un día engañó a Eva despertando su codicia para hacerla caer en el error, vive en el corazón de los traidores e ingratos para envenenar su alma y extraviarlos del buen camino. Pero estos últimos no son -de manera alguna- inocentes, sino que, siendo dueños de sus decisiones, abrieron las puertas a la codicia, ante lo cual un día recibirán su merecida retribución.
Entre las variadas tentaciones que nos acechan día y noche, la del dinero siempre ocupará un lugar preponderante, pues con él se consiguen todos los bienes materiales y las posiciones más privilegiadas en este mundo egoísta y perturbado, por lo cual el apóstol Pedro recomendó estar atentos porque el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. De manera que, sobre todo, cuando se trate de dinero, vigilemos para no dejarnos devorar por la tentación.
Qué lejos estamos -a veces- de entender el significado de la verdadera religión, pues el fin de semana vamos al templo o a la iglesia, como para darnos un baño por fuera ante los ojos de los demás, mientras por dentro, la serpiente sigue enroscada y con sus fauces abiertas destilando el veneno de su maldad, sin que entendamos que no hay secreto ni engaño para Dios. Con razón Voltaire dijo: “Cuando se
trata de dinero, todos son de la misma religión”.